El Día del Presidente
Ramón Zurita Sahagún viernes 29, Ago 2014De frente y de perfil
Ramón Zurita Sahagún
Fueron muchos los años en que el 1 de septiembre se consideró como el Día del Presidente, término que angustiaba a muchos.
Eran los tiempos de la presencia arrolladora del PRI en los procesos electorales y dónde se esperaba el llamado “dedazo” para conocer el nombre del siguiente Presidente de la República.
La presencia del Ejecutivo federal en la Cámara de Diputados era motivo de regocijo para su bancada y de oportunidades para los opositores que fueron creciendo en sus reclamos, al paso de los años.
Se esperaba el Informe de Gobierno anual, pero no por el balance que hacía el mandatario en turno sobre el ejercicio anterior, sino para contar los aplausos, las interrupciones que se hacía para prodigarlos y, en menor medida, para conocer sobre los planes del año próximo, especialmente si habría o no incremento en los impuestos o alguno nuevo que surgiera de la mente de los brillantes economistas en turno.
Cada seis años se repetía la liturgia del quinto año de gobierno, a la espera de alguna señal que orientara sobre el nombre del sucesor en turno.
Así pasaron largas décadas en que los informes eran como un somnífero aplicado a los legisladores que procuraban no ser captados por las lentes de los fotógrafos bostezando o dormitando en las interminables horas que duraba el evento.
Existió un tiempo en que el 1 de septiembre era un día feriado, no oficial, con la consigna de que los burócratas debían escuchar el informe, fuese por la radio o la televisión, según el acceso que tuvieran. Por supuesto, no existían las redes sociales, ni mucho menos computadoras o todos los adelantos tecnológicos de la actualidad.
Al término del largo y monótono evento, los asistentes y otros que no cupieron en el recinto se trasladaban a Palacio Nacional, donde se procedía a la salutación y felicitación para el Presidente, en lo que se consideró como el tradicional “besamanos”, del que formaban parte diputados, senadores, gobernadores, secretarios del gabinete, líderes sectoriales y sindicales, además de los más prósperos banqueros y empresarios del país, incluidos embajadores de diversos países.
Sin embargo, ese día tan festejado por los que profesaban la misma ideología que el Presidente en turno o se subían al llamado carro de la Revolución, llegó a su fin, luego de que los más recientes presidentes enfrentaron reclamos directo de sus opositores, durante la lectura del informe. La rendición del Informe de Gobierno era sumamente monótona, ya que no se permitía a los legisladores realizar preguntas y mucho menos cuestionar al orador.
El presidente de la mesa directiva debía hacer cumplir el orden, deteniendo la lectura del informe ante cualquier intento por romper con el protocolo.
Todo funcionaba de maravilla, con la salvedad de dos o tres intentos de algún legislador de oposición por romper con la tradición, mediante un grito desaforado que pronto era acallado por la mayoría que estallaba en aplausos para el mandatario y abucheos para el atrevido.
Fue hasta el último Informe de Gobierno de Miguel de la Madrid, cuando la Cámara de Diputados, convertida en recinto legislativo del Congreso de la Unión se convirtió en un circo, con gritos, manoteos, patadas y reclamos, que el entonces presidente del debate, Miguel Montes, pudo apenas controlar.
La LIV Legislatura apenas había entrado en funciones, después de una complicada elección, en la que resultó ganador Carlos Salinas de Gortari, pero que hasta ese momento no había sido calificado como ganador del proceso electoral del 6 de julio. Los opositores al PRI habían conseguido una correlación de fuerzas inusitada en la Cámara de Diputados, donde el PRI tendría 260 diputados y los opositores, en conjunto, los restantes 240. Esa legislatura fue sumamente pesada para el entonces presidente Salinas de Gortari, quien harto de los desplantes de sus adversarios lanzó aquellas lamentables palabras: “ni los veo, ni los oigo”, en relación a las actitudes que asumieron, especialmente los diputados de la izquierda.
Fueron varias las ocasiones en las que los diputados incluso se pararon de espaldas a donde el Presidente rendía su informe en una muestra del desprecio hacia el mandatario, al que recriminaban también con carteles.
Con todo y ello, Salinas de Gortari brincó los seis años de gobierno acudiendo cada año al Congreso a rendir su informe.
Las cosas se complicaron más, cuando asumió Ernesto Zedillo Ponce de León y se terminaron los días de gloria del Presidente de la República.
Fue la propia composición de la Cámara de Diputados, con el PRI perdiendo la mayoría, la que les dio acceso a los diputados a presidir las sesiones, especialmente la de rendición del Informe de Gobierno.
Zedillo recibió reclamos al por mayor, gritos y sombrerazos se presentaron en el Congreso de la Unión, pero continuó yendo a la ceremonia.
Peor le fue al siguiente presidente, Vicente Fox Quesada, al que le negaron el acceso al recinto cameral y provocó que se decidera omitir la presencia del Presidente de la República y se limitara a enviar los documentos que avalaban el ejercicio gubernamental de un año antes.
De esa forma se terminó ya no con la tradición del Día del Presidente, que ya había quedado rebasado, sino con la liturgia que representaba ese acto sacro para quienes formaban parte del partido dominante.
Hoy la situación es distinta, ya que desde los tiempos presidenciales de los panistas se decidió que el Presidente emitía un mensaje político, al día siguiente de la entrega de su informe al Congreso y con esos se cambió el protocolo y se terminó la zozobra de lo que pudiera suceder en el recinto legislativo.