Informe presidencial
Ramón Zurita Sahagún martes 1, Sep 2015De frente y de perfil
Ramón Zurita Sahagún
Los informes presidenciales dejaron de tener, hace algún tiempo, el interés que atraía a la población por motivos diversos.
Era cierto que los informes presidenciales fueron, tradicionalmente, largos, aburridos, tediosos y exagerados.
Luis Echeverría Álvarez marcó la pauta en ese terreno, pasando largas horas frente a unos cansados legisladores que escuchaban su sonsonete y un auditorio cautivo en los televisores y los radios, ya que entonces se estilaban cadenas nacionales en ambos sistemas de comunicación.
Hasta entonces, con un partido político dominante, los legisladores se ceñían a los designios del Ejecutivo federal, aunque existía en la Constitución la división de poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial).
Fue hasta la administración presidencial de José López Portillo cuando los diputados de la oposición (PAN) intentaron cambiar las reglas del juego en los informes presidenciales.
Edmundo Gurza Villarreal, un diputado panista de la LI Legislatura fue el primero de los tiempos modernos en interpelar a un Presidente de la República durante la lectura del informe presidencial.
Por supuesto, el interpelado (José López Portillo) no le respondió y de inmediato fue reconvenido por el presidente de la Cámara de Diputados y recibió carretadas de insultos por parte de sus homólogos priístas.
Después de eso sucedieron una serie de episodios similares y hasta de mayor enjundia por parte de los representantes populares que intentaron frustrar lo que entonces se conoció por parte de los lisonjeros de siempre como el Día del Presidente.
La tradición de esa fecha imponía asueto en las escuelas, la obligatoriedad de escucharlo por parte de los escolapios y hasta de realizar un ensayo sobre el tema. Los burócratas recibían el día, con tal de oír las palabras contenidas en el informe.
Al término de la lectura del informe presidencial, el presidente en turno se trasladaba a Palacio Nacional, donde recibía la salutación de las fuerzas vivas, compuestas por los funcionarios de su gobierno, los altos mandos de las fuerzas armadas, además de los empresarios, banqueros, dueños de medios de comunicación, líderes de sindicatos y hasta de la población en general que formaba largas filas para saludar de mano al Ejecutivo en turno.
La parafernalia del informe iniciaba con la cobertura desde Los Pinos, donde acudían los canales de la televisión, los que enviaban a sus reporteros gourmets, para saber qué había desayunado el Presidente de la República y qué actividades había desarrollado antes de salir de Los Pinos.
Después, el Ejecutivo federal subía a un automóvil descapotable y recorría calles, donde la población le rendía tributo a su paso, porras, vivas, aplausos y lo que se ofreciera.
El trayecto era de Los Pinos a Palacio Nacional donde se ponía la banda tricolor, con la que acudiría a la sede elegida para dar a conocer el documento de marras.
Tradicionalmente el informe se rendía en la Cámara de Diputados, a la que acudían diputados y senadores, para en sesión conjunta escuchar al Presidente, evento al que concurrían además los dirigentes empresariales, banqueros, gobernadores y todos aquellos personajes vinculados al poder público.
Las gradas de la Cámara de Diputados se atiborraban y esas galerías que se consideran abiertas al público se encontraban ausentes del pueblo, como lo hacen tradicionalmente los legisladores, que sesionan sin acatar dicho ordenamiento.
Pero regresando a la liturgia del informe presidencial, fue en ocasión del VI informe de Miguel de la Madrid donde se armó una zacapela, ya que Porfirio Muñoz Ledo, a la sazón senador por el Frente Democrático Nacional, interpeló al Ejecutivo, por lo que fue reconvenido por el presidente de la Cámara de Diputados, Miguel Montes, a lo que no hizo caso, insistiendo en obtener respuesta a sus cuestionamientos.
Eso desató la furia de los priístas, que agredieron verbal y físicamente al ex presidente de su partido, siendo el entonces gobernador de Aguascalientes, Miguel Ángel Barberena Vega, el principal agresor.
Los informes iban y venían, subiendo el tono de las interpelaciones, sin que ninguno produjera la ansiada respuesta.
Carlos Salinas de Gortari fue el sucesor de Miguel de la Madrid y cada uno de sus informes tuvo el sello de las interpelaciones, unas más fuertes que las otras.
Los diputados y senadores de la izquierda llegaron al extremo de ponerse de espaldas a la tribuna como un rechazo al orador en turno y a sus políticas. Otros más sacaron pancartas y hasta subieron a la tribuna en una escalada de escándalos sexenales.
Con Ernesto Zedillo continuó la práctica, aunque menor a la de su antecesor y lo fuerte vino en los discursos de respuesta por parte de los legisladores de oposición.
Vicente Fox, el primer presidente surgido de un partido ajeno al PRI, pudo disfrutar de la mayor parte de sus informes en forma relajada, aunque fue el último el que detonó todo, cuando ni siquiera se le permitió la entrada al recinto de San Lázaro y fue obligado a entregar su documento en la explanada de la Cámara de Diputados.
Todo cambió radicalmente y los presidentes de la República envían ahora a su secretario de Gobernación con el documento de rigor, el que entregan al presidente de la mesa directiva y se retiran con la satisfacción del deber cumplido.
Felipe Calderón fue el encargado de darle un giro a los informes presidenciales, transformando el Día del Presidente el 2 de septiembre, aunque bajo otros ordenamientos.
Es entonces cuando el Ejecutivo federal da un discurso con los principales datos y números de su gestión y de lo que viene, al que acuden los mismos personajes del pasado, aunque con otros nombres, pero sin la parafernalia de lo que sucedía el 1 de septiembre añejo.