El dolor de empezar a olvidar
¬ Edgar Gómez Flores lunes 25, Sep 2017Edgar Gómez
La Ciudad de México, una urbe que ve pasar los días en compañía de los más de 20 millones de habitantes que comparten este suelo, ya sea con su residencia, su trabajo, su historia o su recreación. Esta ciudad que ha visto pasar grandes catástrofes: terremotos, inundaciones, explosiones, impactos de aviones, epidemias (influenza). Ciudad que siempre es un atractivo para los mexicanos y los turistas extranjeros. Ahora, en el despertar de la nueva tragedia, el segundo 19S – 19 de septiembre-, ¡Maldito 19 de septiembre! el nubarrón que envolvió a la ciudad, el del cielo y el de nuestras conciencias, se fue disipando. Como se disipan las muertes de los seres queridos con el paso del tiempo. Sin embargo, a seis días de este nuevo evento, tenemos el dolor del olvido. El empezar a sentir que llevamos poco menos de una semana como hermandad, que encontramos a una generación perdida entre los escombros de la indiferencia social, «los conocidos millenians”, que nos pudimos desprender por un momento de la, artificialmente construida, propiedad privada y generamos una propiedad comunitaria, donde las calles eran de todos, donde nuestras casas eran de todos y, por ahora, no era sólo una cortesía, sino una forma de hacernos sentir suyos y sentir el dolor de todos como el propio.
Así, ahora, pasarán las horas y las calles volverán a llenarse en esta gran urbe, con la gente, con su ruido, con la melancolía que envuelve al antiguo imperio mexica y ahora trata de hacerse recordar a través de su gente. Y el pensar que todo tomará su cauce empieza a doler, porque todavía tenemos personas con esperanza de encontrar una voz más de entre los escombros, porque ven en los israelitas, en los chilenos, en los colombianos, en los españoles, en los bomberos de California y en los miles de voluntarios, ángeles tratando de dar un viento de vida que permita encontrar a los que nos faltan. Porque no queremos dejar de ser mexicanos, porque queremos cobijar con nuestras manos a los que sufren. Porque no queremos regresar a la realidad de una país desmoronándose por un estado de Derecho endeble. Porque no queremos sentirnos solos, por el contrario, queremos sentir un gran México. Fuerte, valiente y único a la visto de los demás y principalmente a la nuestra.
Pero no. El tiempo pasará y erosionará la comunidad. Porque difícilmente una ciudad tan vasta como la Ciudad de México puede parar nuevamente el reloj de las agendas de profesionistas, obreros, amas de casa, estudiantes y maestros para detenerse a reflexionar en el dolor de los demás. Ahí vamos al olvido, al miedo individual, a protegernos ante la amenaza diaria. A sentir nostalgia por el ayer unidos. Y las lágrimas de cada uno de los ciudadanos se quedarán en nosotros mismos. Sólo resurgirán generaciones con sus labios plagados de “yo vi…”, “yo hice…”, “yo sentí…” y de ahí vendrá el mito que genera el sentimiento individual recordado el cual día a día se alejará cada vez más del sentimiento colectivo que hasta hoy compartimos.
Tenemos un camino amplio como sociedad para hacer que este nuevo 19S deje algo distinto en nuestra historia. Algo que permita a nuestros héroes, acaecidos en la batalla contra la naturaleza, ser reconocidos por cada uno de nosotros. Encontrar a los culpables de las muertes que pudieron evitarse (desarrolladores y servidores públicos) y hacer sentir a la sociedad que todavía hay un resquicio de justicia en este país, no dejar de manifestar nuestro encono ante los gobiernos y los medios de comunicación por su estructura mental y física, tan anacrónica. Tanto por la cobertura de la desgracia como por la desinformación, en un momento generacional donde la información corre con naturalidad de lado a lado de las ciudades del mundo.
Nuevamente, con la losa de la rutina en hombros empezará una semana más, una semana que dolerá. Porque la mano y el hombre tan cerca de nuestros hermanos se alejará y nuestra identidad de mexicano se quedará a esperar un 15 de septiembre más. Porque la igualdad de género al cargar cubetas llenas de escombro, coordinar el tránsito, atender a enfermos, nuevamente volverá a sufrir la batalla que venía desarrollando.
Ahora, al empezarse a disolver las nubes de la desventura, nos encontraremos de frente con el cielo nocturno de la corrupción, del crimen organizado, del poder de la farándula, de los ambientes políticos “enrarecidos”, de las campañas mediáticas-políticas y de la desigualdad social. Y como los familiares y amigos empiezan a alejarse de los seres queridos cuando fallecen, así nosotros, ciudadanos, nos empezaremos a alejarnos del dolor para agendar citas, levantar pedidos, preparar vacaciones, hacer tareas, continuar con nuestros planes y aspiraciones personales. Así como los pueblos han tratado de olvidar el holocausto, los bombardeos, los ataques terroristas, así nuestra querida Ciudad de México tratará de borrar el recuerdo, el miedo. Sin embargo, en este proceso doloroso de empezar a olvidar tenemos que dejar algo en claro, dejaremos una veladora de esperanza para hacer sentir que algo tenemos en común; el amor a esta tierra, el sentir que la sangre también corre por el viento de la ciudad. Porque Mario Benedetti desde el sur nos inspiró a decir… “y en la calle codo a codo somos mucho más que dos…”.
Con dolor y cariño para la familia Lance y la comunidad de la Universidad La Salle.