Doble moral
Freddy Sánchez martes 27, Feb 2018Precios y desprecios
Freddy Sánchez
De qué corrupción hablamos
¿Esa que pinta de cuerpo completo a los Duarte de éste país o más bien a aquella otra de los Gómez Urrutia?.
¿En la que algunos incurrieron cometiendo descarados abusos de poder y no merecen perdón, sino por el contrario una inamovible condena social y cárcel de por vida?.
¿O la de quienes en apariencia fueron acusados injustamente de corruptos sin serlo en verdad y por ello se merecen la reivindicación social de su nombre y pleno goce de derechos y libertades?
Volvamos pues al punto: ¿de qué canijos hablamos?
¿De la corrupción uno o de la corrupción dos?
¿La que con un índice de fuego señala a las sanguijuelas del poder público o la que dolosamente se inventó para desacreditar a los no alineados con “la mafia del poder”?.
Estas interrogantes puso sobre la mesa la doble lectura que hizo en torno a la batalla sexenal contra corrupción el candidato presidencial de “Morena”.
Porque al haber abierto las puertas de este partido político a la familia Gordillo, en un acto de apoyo a la maestra Elba Ester, (presidiaria por actos de corrupción juzgados y condenados durante el presente régimen), Manuel López Obrador dio pauta a una nueva controversia.
Y es que lo que para algunos simplemente se trata de una audaz maniobra electoral del tabasqueño, a otros los obliga a reflexionar en un afán por escudriñar en los haberes de la justicia sexenal, a efecto de saber si en la lucha contra la corrupción, ciertamente “están todos los que son” o sólo están los personajes incómodos de esta administración sexenal.
La postura asumida por López Obrador, es más que clara sobre su certeza al respecto.
Y si el espaldarazo a la sempiterna lideresa del magisterio, recién colocada en encarcelamiento domiciliario por un fallo judicial dada su avanzada edad y enfermedades, dejó alguna duda, lo dicho por el tabasqueño acerca de Napoleón Gómez Urrutia tuvo que despejarla.
El ex líder de los mineros, recibió el absoluto apoyo de López Obrador, al considerarlo un perseguido de la que reiteradamente llama la mafia del poder.
De ahí entonces que el tabasqueño le ofreció al señor Gómez Urrutia nada menos que un alto cargo electoral para representar a “Morena” en el próximo ciclo legislativo.
Y como es natural, el anuncio del candidato presidencial aludido provocó un sinfín de cesuras, críticas y acusaciones para su persona.
Priistas y panistas se dieron vuelo lanzando el fuego graneado de sus increpaciones para López Obrador.
Lo menos que hicieron fue fustigar su decisión de recibir en “Morena” a la profesora Gordillo y a Napoleón Gómez Urrutia, asegurando que ambos son considerados por propios y extraños como ejemplos de una corrupción a todas luces pública e injustificable. Lo que para el abanderado de “Morena”, en pos de su tercer intento consecutivo para hospedarse en Los Pinos, sencillamente, es una falsedad.
Y más que eso: prueba de que en México la corrupción se mide con dos raseros.
Uno de estos para incriminar a los adversarios con falsas acusaciones de corrupción y así poder quitarlos del camino en ese desmedido afán de no ceder el poder sino mantenerlo a toda costa en aras de seguir haciendo pingües negocios a espaldas y en detrimento del interés nacional.
Justamente lo que haría una mafia del poder.
Claro que en ese sentido, es preciso mencionar que el manejo mafioso de las instancias de poder, no sólo puede atribuirse a un grupo político, sino a casi todos los que desde la desaparición del partido único al mando de la nación, se impuso el multipartidismo y con ello un constante manoseo y la disputa en la toma de decisiones, provocando una tercera clase de corrupción que nadie quiere ver.
La de los aliados y cómplices tanto en esferas empresariales como de la delincuencia organizada, cuya impunidad es inherente a sus relaciones encubiertas con diversos actores de la vida institucional.
Así que tres serían pues las clases de corrupción de las que se puede hablar en México.
La de los Duarte, desamparados por sus protectores políticos, a causa de sus excesos y torpezas hasta ser imposible solaparlos dada la creciente presión social en su contra por descarados y prepotentes.
Aquella que comúnmente se achaca a cualquiera que rompe relaciones con determinado grupo político, después de “saltarse las trancas”, violando acuerdos de complicidad y por ello quedando expuesto a perder el amparo de sus padrinazgos.
Y la de quienes pudiendo ser unos sinvergüenzas de lo peor, simple y llanamente siguen gozando de impunidad. Todo ello, lógicamente, porque en la lucha contra la corrupción en México persiste el encubrimiento entre los practicantes de una corrupta y deleznable doble moral.