¡Viva la diferencia! ¿O no?
* Especiales, _ • Letras Iberoamericanas • lunes 18, Abr 2011Estimados lectores de Letras iberoamericanas, el día de hoy nuestro espacio permitido en Diario Imagen se llena de gala con la participación de Antonio Sánchez, quien desde Madrid nos comparte un tema que para México y toda América Latina es común, la forma de administrar nuestras diferencias. En algunos casos esta diferencia se refiere a las razas (indígenas y mestizos), a la condición social o simplemente a la diferencia de capacidades para generar valor en la economía.
Por momentos, parece que nuestra región se quedó pasmada en una ideología de principios del siglo XX, donde la igualdad económica se instauró, como en los regímenes socialista o los que nos quedamos en el intento, por decreto y no por justicia económica, entonces la productividad de nuestros países respondía al estado de ánimo de nuestras naciones y no a un plan de desarrollo que permitiera un desenvolvimiento óptimo en nuestros gobiernos y comunidades.
En esta colaboración, Antonio nos invita a la reflexión que se vive en España, la cual se refiere a la disyuntiva entre la igualdad total o la búsqueda de los incentivos hacia aquellas personas que demuestran una capacidad mayor, en este caso en el plano académico. En nuestro país tenemos esta misma discusión en las universidades públicas. Espero que podamos ver un poco más allá con esta colaboración ibérica.
Edgar Gómez
Coordinador Letras Iberoamericanas
edgargomez_cide@yahoo.com.mx
Antonio Sánchez-Pedreño | España
Es opinión particular (incluso diría que particularísima) del autor de este artículo considerar una tragedia para la especie humana que ésta no se componga de personas iguales. Desafortunadamente, mostramos leves distinciones entre nosotros, distinciones amplificadas por un deseo casi general de fomentar una nuestra individualidad diferencial, propia y única.
Por ello, hablar de diferencias es muy aventurado. El tema tiene la peculiaridad de herir susceptibilidades con una facilidad pasmosa, y es frecuente que una persona que emita una opinión ofensiva no tuviera la más mínima intención de ofender a nadie. El tema puede ser de una sutilidad tal, que con frecuencia ni siquiera se intuye el insulto percibido, hasta que el ofendido hace saber su desagrado (incluyendo el recurso a la violencia repentina en casos extremos).
Por supuesto, la infracción de cortesía social más evidente en este tema es la diferencia comparativa. Esta diferencia se produce cuando uno considera que entre dos personas o grupos hay diferencias, y las valora de forma comparativa. El resultado inevitable es que una de las partes sale airosa de la comparación, y la otra resulta perjudicada. Un ejemplo primario de este fenómeno sería la una generalización típica (e injusta) “los alemanes son buenos empresarios y los griegos menos”. Existen múltiples variantes, a cual más perniciosa. Así, más sutil sería la frase: “Los alemanes son los mejores empresarios de Europa” (y, por tanto, los restantes empresarios europeos son peores).
Pero sin caer en la vulgaridad de una diferencia comparativa, simplemente reconocer que existen diferencias genera una tensión importante: si se reconoce la existencia de una diferencia, surge inmediatamente la duda: ¿es una diferencia inocua, que ni molesta ni debe ser objeto de consideración, o por el contrario, esconde una diferencia relevante? ¿y si fuese relevante, debemos tomar medidas para eliminar la diferencia o por el contrario reconocer su fundamento y regular su existencia? Nadie disputaría que la posición más segura en sociedad hoy en día es mantener que no hay diferencias, y si alguien tuviera la impertinencia de intentar señalarle que evidentemente existen, no dude en acusarle de que la aparente diferencia la ocasiona la visión distorsionada y parcial del interlocutor, evidentemente debida a unos prejuicios anclados en el pasado.
A pesar de ello, nuestra valiente presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Esperanza Aguirre, ha decidido reconocer una diferencia relevante, considerando (con acierto) que es mejor reconocer su innegable realidad, y afrontar su reto, que intentar eliminar la diferencia. Ello ha provocado uno de los temas de debate más encarnizados en Madrid hoy en día. Es por ello por lo que nos atrevemos a someter a la opinión de distinguido público nuestras reflexiones sobre la controversia.
El tema en particular se desarrolla alrededor del madrileño Instituto de San Mateo, de enseñanza secundaria, hoy en día en situación de interinidad sin alumnos propios. Doña Esperanza anunció recientemente que el Instituto San Mateo acogería a los alumnos de la enseñanza pública más aventajados que quieran cursar el Bachillerato de Excelencia. Adicionalmente, se haría una selección de profesores apropiada para fomentar a estos estudiantes avanzados.
En principio, parecería que la noticia no debería tener mayor trascendencia: la escuela pública iba a establecer un centro de alto rendimiento para los más capacitados/esforzados. Sin embargo, pronto se levantó una tormenta: acusaciones de segregación de los mejores, creación de alumnos de primera y segunda, “ghettos” y similares alegaciones se alzaron en contra de la propuesta. Aunque reconocen que hay alumnos con capacidades de aprendizaje diferentes, los opositores a esta medida consideran errónea la separación. Entre estos opositores se distinguen dos escuelas, aquellos que proponen (un tanto utópicamente) que se dediquen mayores esfuerzos a los “lentos” para que alcancen el ritmo de los alumnos avanzados; otra escuela, por el contrario, propone clases de refuerzo para los más avanzados (nótese la paradoja: clases de refuerzo para los listos en vez de para los más lentos). Asumimos que esta última corriente considera que, después de un día entero en la escuela con el grupo general, la mejor manera de incentivar a los alumnos aventajados es ofrecerles que se queden un par de horas más para estudiar.
Por el contrario, aquellos a favor del Instituto San Mateo, alegan que los “mejores” rinden menos en cursos compartidos con el resto del colectivo, dado que entre otras consideraciones, la mayor lentitud de la enseñanza consigue aburrir y desmoralizar a los más avanzados. Tampoco se fomenta una cultura de superación que motive a los alumnos a esforzarse cada vez más, en vez de “pasear” a través del año académico.
¿Qué posición tomar?
La primera diferencia: El debate parece centrarse esencialmente en la diferencia existente entre alumnos aventajados (ya sea por mayor inteligencia y/o esfuerzo) frente al resto (por las razones opuestas). ¿Se debe reconocer la existencia de un grupo de estudiantes más “valiosos” que otros (si se mide la valía en función del retorno académico)? ¿Y si es así deben ser éstos potenciados aún a riesgo de ofrecer una enseñanza comparativamente inferior a los restantes?
Para el autor de esta nota, no hay duda. El capital humano de una nación es clave para su desarrollo. No en vano las grandes naciones llevan tiempo “importando” cerebros de todas partes del mundo. Forman el capital de desarrollo y de gestión en su momento generacional, factor crítico para la construcción y progreso del país. Cuanto mayor sea el equipo intelectual de la nación, considerado en conjunto, mejor se tomarán las decisiones y mejor funcionará el sistema social y económico.
La segunda diferencia: Pero hay un ángulo mucho más importante, en mi opinión, relacionado con una segunda diferencia social: la de alumnos de clase social adinerada, frente a los alumnos de clase social con menos recursos económicos. Y ésta es la clave en este debate. Los hijos de familia adinerada pueden elegir colegios en los que el filtro de idoneidad asegura un alumnado homogéneo, y donde se puede ofrecer un alto nivel de estudio y exigencia. Más aún, el objetivo natural de estos alumnos es ocupar puestos propios de su clase social: directivos, profesionales cualificados y similares, y con esa expectativa estudian y se miden. Por el contrario, el otro tipo de alumno se enfrenta en el colegio público con un alumnado dispar, sin objetivo colectivo de superación uniformemente identificado. Por supuesto, muchos de estos alumnos desean alcanzar los mismos objetivos que los anteriores, pero la falta de homogeneidad y otros factores del entorno hacen el reto mucho más difícil y menos incentivador.
Todo ello lleva a la conclusión de que los alumnos que podrían avanzar profesional y socialmente en base a sus cualidades y méritos se encuentran con dificultades para ello. Y la permeabilidad social sobre la base de méritos propios es una cuestión inmensamente importante: por un lado, cuanto más permeable sea nuestra sociedad, más eficiente e inteligente se mantendrá el segmento humano que gestiona el país, renovándose sus componentes humanos y evitando un estancamiento moral y mental; por otro lado, la posibilidad de desarrollarse económica y socialmente es un incentivo que premia el esfuerzo y el mérito.
No perdamos cerebros, aprovechemos al máximo los recursos que cada uno aporta individualmente al acervo común de la nación y ofrezcamos a todos aquellos que lo merezcan, la posibilidad de desarrollarse en toda su amplitud.
Somos diferentes, no lo dude. Ayudemos a todos según sus posibilidades. Por ello, la creación de una institución de carácter público que potencie el desarrollo de aquellos que lo merezcan por mérito propio ayudará a obtener el máximo rendimiento de los recursos humanos que posee el país.
¡Arriba el San Mateo!