Políticos, ¡a la báscula!
Francisco Rodríguez viernes 31, Jul 2015Índice político
Francisco Rodríguez
En México no estamos bien. Esta afirmación parecería un lugar común, pero entre la confusión e impotencia que provoca la distorsión informativa y nuestro poco o nulo interés por documentarnos en las materias claves, estamos ante una encrucijada.
Tenemos una proverbial tradición de pueblo aguantador, protectorado maquilador, productor de migrantes, vejado a lo largo de los siglos por conquistadores e invasores ignorantes, desalmados. Tenemos la voluntad cansada.
Nos arrellanamos en la impotencia. Arrinconados con la única vida que conocemos, que se desarrolla con cierta placidez entre lo agradable de nuestros fantásticos microclimas, vulgares pasatiempos televisivos —no hay para más— en cadena nacional, y generosos paisajes virginales, selváticos, montañosos y costeros. Ahí la llevamos.
Nunca han dejado de acompañarnos las ánimas de nuestros ancestros durante la apretada vida, ni en los momentos de la muerte, cuando empeñamos hasta los retratos de la familia para comprar el cajón, el pedazo de tierra o incinerar los restos de los seres queridos.
Millones de miembros de las jóvenes generaciones no saben que aquí existió una sociedad de inspirados momentos históricos que brindó, a través del Estado, condiciones de existencia donde para conservar el empleo nunca fue indispensable perder la dignidad.
Al llegar a la edad adulta, los mexicanos debemos convenir en que los pensamientos que ayudan a construir un mejor constructo colectivo no son propiedad de nadie. El que quiera tragárselos solo, conseguirá, sin duda, envenenarse. Todo aquel que tenga algo importante qué decir está obligado a hacerlo, por el bien de todos.
Debe hablar, aunque con ello se cierre todas las oportunidades y las puertas fáciles de la vida que, comúnmente creen los conformistas repantigados, se abren con genuflexiones y lisonjas dirigidas a los poderosos.
Que callen quienes no pueden con la encomienda
Por el contrario, deben callar y dejar de mandar urgentemente, para respetar, en el buen sentido, la tolerancia y el respeto a la expresión cabal en la convivencia civilizada, los que no prediquen con el ejemplo. Del mismo modo, debemos dejar de obedecer los perjudicados de siempre. Los que formamos la legión de la parte más delgada del hilo.
Deben callarse y renunciar los que cada vez que abren la boca u ordenan, se burlan del “sentido común de caballo” y hacen temblar las frágiles paredes de la civilización. Los que no pueden con la encomienda. Los que nada más piensan en lo abultado de sus bolsillos. Los infelices de siempre. Los que ahora deben ser juzgados por el tribunal de la conciencia.
Los que machacan a cada rato sobre la defensa de la soberanía, financiando a sus amigos quebrados, para luego comprárselos más caros, con nuestros impuestos en cualquier ventanilla de banco en Manhattan.
O los que creen que firmando tratados internacionales de libre comercio con Norteamérica vamos a obtener el generoso trato que han gozado quienes se adhirieron a la Comunidad Económica Europea y, más tarde, a la Unión. (Firmar para ser cabús de la implacable y descarnada locomotora norteamericana, ha representado que estemos a un tris de desalojar el país para que chupen los gabachos, de un solo “popotazo”, toda nuestra riqueza, incluida la mineral y hasta la biodiversidad). Deben callarse los que quieren hacernos creer que el pueblo en armas debe librar una guerra contra el narcotráfico.
La extinta clase media
Debemos frenar con actitud informada y combativa el neurótico poder de los concesionarios de espacios radioeléctricos. Porque los medios les aconsejan a los “políticos” utilizar cotidianamente el uso de arengas repetitivas que son armas de destrucción contra la memoria nacional.
Han insultado la inteligencia, como decía el novelista Mario Puzzo (nunca mejor dicho), rebajado la moral colectiva y han convertido a la opinión pública en simple comparsa de vaciedades retóricas, consignas insulsas y agresiones idiomáticas impunes.
Gracias a ellos sabíamos todo sobre lo que nos recetaban desde las cúpulas foráneas para acrecentar nuestra desinformación y despolitización, pilares inmarcesibles sobre los que se erigió la corrupción y la pobreza. Pero nunca nos advirtieron adónde nos conducía seguir a pie juntillas los procedimientos descarnados.
Un poco de estabilidad económica nos transformaba siempre en pasivos defensores del orden público, o de sus algazaras. La extinta clase media era el colchón del ensayo/error del sistema. Ella aprobaba los experimentos de los desquiciados.
Totalitarismos y despotismos de todo tipo fueron el principal valladar para que la gente no entendiera —y, menos, reflexionara— sobre el significado y las causas verdaderas que daban origen al modo y manera de las instituciones.
Por el solo hecho de existir, las instituciones no estaban sujetas al escrutinio público y se regían por una especie de fatalismo determinista. Tenían que ser asumidas y obedecidas, como si hubieran sido dogmas de fe o consignas del satanismo.
A pesar de padecer regímenes represivos que no rendían cuentas a nadie sobre sus decisiones fundamentales, la sociedad se dejaba llevar plácidamente sobre algunos indicadores que los medios les aconsejaban eran vitales. Casi todas versaban sobre supuestas filantropías gubernamentales, con nuestro dinero en impuestos.
Las filantropías y desprendimientos regían y detentaban —en el sentido del término— la opinión pública, en función de sentimentalismos patrioteros, símbolos religiosos y mitos políticos que tenían la capacidad de doblegar la memoria histórica.
Detener la capacidad popular para ni intentar construir proyectos políticos y movimientos cívicos de largo aliento, perpetuando, en cambio, añejas dinastías de comodines y lambiscones, alejadas de las necesidades ingentes.
Necesaria una ciudadanía que vigile a los poderosos
Desgraciadamente, la culturización política es un fenómeno reciente entre nosotros, igual que en muchas sociedades latinoamericanas. El autoritarismo rampante siempre evitó que se enraizara, como debía ser, a mediados del siglo XX.
Todo México daba por hecho que los sistemas políticos, las cuestiones electorales, las votaciones de las cámaras, los fallos y jurisprudencias de las judicaturas, los procederes gubernamentales, las decisiones financieras, los presupuestos públicos, los métodos y actuaciones de los dirigentes políticos, la participación de los medios en la vida y en la cultura cívica, entre otros muchos, funcionaban en automático, dentro de una normalidad preestablecida.
Nunca creímos, hasta que lo tuvimos que creer que “al ojo del amo engorda el caballo”; que era necesaria una ciudadanía vigilante y exigente para que los gobernantes se ajustaran a la agenda popular, y no al revés. Hemos escuchado una serie de slogans —”el Ejército surgido del pueblo”… “el petróleo es de los mexicanos”… “luchar contra la droga, para que no la consuman tus hijos”… “él sí sabe cómo hacerlo”… “mover a México”… “el presupuesto base cero”—, etc.
Tantas cosas que nublan la mente, que hemos visto desfilar los últimos 80 años, que han sido una especie de lápida sellada a cal y canto para obstruir la visión, la identidad y el orgullo de los mexicanos. No es fácil sortear estas auténticas trampas del raciocinio.
Al llegar a la edad adulta, lo único que pedimos es ¡que ninguna promesa carezca del ejemplo moral del gobernante en ejercicio! , pues la fortaleza de una nación no debe fincarse más en el discurso vacuo, menos en el engaño. Los políticos ¡a la báscula!
Índice Flamígero: El compañero periodista Rafael Loret de Mola convoca a “NO CONSUMIR, NO TRABAJAR, NO ESTUDIAR. El 14 de octubre todo mundo debe quedarse en su casa o caminar. Ajeno a cualquier tipo de compra o cualquier tipo de esfuerzo.. Es el momento de ejecutar esta acción porque si no lo hacemos ahora, puede ser más peligroso el rencor acumulado y el estallido de la sociedad”, alerta el periodista tras hacer el llamado a la unidad por el paro nacional convocado. En redes sociales ha tenido gran respuesta.