Adiós a Meade y al PRI
¬ Armando Sepúlveda Ibarra miércoles 25, Abr 2018Deslindes
Armando Sepúlveda Ibarra*
Bastó sólo un debate y unos dardos envenenados y certeros contra la escandalosa corrupción e impunidad de la familia revolucionaria en el poder neoliberal, junto con el silencio embarazoso de su portaestandarte y su rechazo tácito a defenderla, para que saliera a la luz todo lo vulnerable del sistema en su esplendor, crujiera y se tambaleara más aún la estructura del nuevo PRI, desvaneciera un poco más la incolora candidatura de José Antonio Meade y sembrara la duda metódica al interior de las cúpulas sobre el acecho de un porvenir incierto de aquí a las elecciones del primero de julio y, ante el peligro de la derrota inminente, surgiera una avalancha de reacciones oficialistas sotto voce que ahora vislumbran, para salvarse, un frente común entre las derechas, con Ricardo Anaya a la cabeza y el sacrificio del pentasecretario: visto por modernos Maquiavelos de huarache como un albur o resquicio para cerrar el paso firme y ascendente de Andrés Manuel López Obrador en su camino a Los Pinos con una ventaja bajo la manga difícil de arrebatársela con limpieza.
Meade, el perdedor absoluto del debate, había jugado incómodo el papel de involuntario e inconsciente rehén de los dislates y trapacerías de sus cuasi correligionarios del nuevo PRI y de los gobernantes sin el permiso de enjuiciarlos para deslindarse y mostrarse honesto y, de seguro, sabía que se acercaba al fuego cuando supo que su figura, al parecer impoluta a los ojos de sus jefes y de controversia para sus adversarios, estaría expuesta a las críticas sanas y perversas con la candidatura presidencial, sería tildado por la militancia partidista como un intruso impuesto por dedazo y sufriría para enfrentarse a las denuncias de la monumental corrupción de los empoderados e intentar atajarlas, o si quisiera aventurarse, sólo con saliva, o volverse de la vista gorda una vez más, como cuando desde las secretarías de Hacienda y Sedesol, por ejemplo, le pasó de noche el saqueo y desvío infinito de recursos de la nación durante los gobiernos recientes de Calderón y Peña, hacedores de las estelas de luz, las estafas maestras, los socavones, los lavados de dinero y la pujante riqueza ilícita de al menos 20 gobernadores durante esos períodos, algunos de los cuales se encuentran presos, otros en fuga consentida y unos más gozando el botín en libertad con etiquetas de políticos respetables.
En el faustoso debut del pentasecretario Meade apenas en noviembre pasado en la resbaladiza escena política nacional y, oh paradojas del destino, en la triste y forzosa retirada a meditar el futuro en estos días de posdebate, tocados en su persona y su partido por el fracaso que viene, influyeron en el arranque de toda esta aventura y las secuelas de los tiempos de aprendizaje y pasmosa espera de resultados que nunca llegaron, una serie de factores y decisiones que valoraron a la ligera cabecitas inexpertas e ignorantes de las estrategias clásicas para volver famoso a un desconocido sin carisma ni emoción y ganar elecciones sin robarse urnas ni comprar votos entre los más pobres del país adonde todos los partidos llegan a pisotear la dignidad del pueblo, por hambre o necesidad, con unos pesos de los mismos mexicanos. Muchos teóricos de café y lamesuelas de la prensa oficialista opinaban por entonces y ponderaban a voz en cuello “su honestidad a prueba” y la frase la cacareaban hasta enronquecer, con ecos fallidos, algunos de sus voceros y promotores y, a la vez, los peores de sus enemigos incrustados en los mandos neopriístas como sus oráculos de cabecera, aunque todos sabían que eran igual de malos aprendices de la política. Desde las alturas del poder revisaron, para imponerse a la brava, la supuesta ausencia de un perfil decoroso entre la flaca o escuálida caballada neopriísta para competir por la Presidencia de la República y hallaron en Meade, entre sus tesoros ocultos, al salvador de la patria con la peregrina creencia de que inventarle su candidatura ciudadana, con una antidemocrática reforma a los estatutos del viejo PRI, conciliaría a la nomenclatura y las bases militantes y apechugarían obedientes a la consigna de aceptar a un intruso de portaestandarte con la proverbial mansedumbre de tiempos idos y, por último entre las cuentas alegres, el reparto de las candidaturas plurinominales seguras entre los cuates de la cúpula, creyendo que iban a salirse con la suya sin protestas de los derechosos, trajo como en cascada una soterrada protesta que fue creciendo hasta desgranarse y hacerse pública y espejo de las grandes divisiones al seno del partido en el gobierno por el manejo inescrupuloso, excluyente y despótico en la asignación de las posiciones políticas, de manera que irán a las cámaras los amigos, compadres y socios de los de arriba. Fue aquí donde terminó de reventarse el frágil hilo del candidato oficial a la Presidencia, quien observó de lejos resignado, todas esas maniobras de tinte dictatorial si habláramos de un partido democrático.
Los errores de táctica y estrategia, la improvisación y los traumas de los tecnócratas debutantes en política con la encomienda de conducir la campaña, individuos rabiosos por sus odios y exhibidores de sus dañinas cóleras que buscaban polarizar al país y enfrentarlo con el señuelo del miedo y la descalificación feroz al contrario, empezaron a cobrarles la cuenta y las rencillas por intermedio de los ofendidos o desplazados y sus fieles militancias y, a la vuelta de los meses, la realidad arrastró los buenos deseos de quienes presumían poco ha que sólo saben ganar elecciones y desplomó los castillos en el aire de una clase política emergente que borró del escenario a los demás de sus cuadras y cotos y despreció sus talentos y lealtades, para despacharse todo el pastel entre unos cuantos de la burocracia y el mundo de las complicidades.
A Meade, ni duda cabe, le toca ahora pagar con su novatez y escasa penetración el definitivo desplome en las preferencias electorales después del primer debate, para estancarse en el tercer lugar con el riesgo de que la mala fortuna quiera postrarlo en el cuarto sitio con su silueta de cartón, rostro inexpresivo y voz monótona, a ver si compite allí en los sótanos con Margarita y El Bronco por los espacios últimos con sus títulos, maestrías y doctorados y amplia experiencia burocrática, borrados por la odiosa fama de su partido adoptivo y su tutor político y sus malos humores…
Después de la fallida emboscada del domingo contra López Obrador, el candidato de Morena salió como víctima del acoso de los demás candidatos y, con todo y sus titubeos e impreparación para este primer debate, seguirá como el hombre a vencer por la gracia de la ola de inconformidad y demanda de un cambio de sistema real, mientras a los patrocinadores de Meade les queda el camino de retirarlo de la contienda y sumarse a la candidatura de Anaya, por si con suerte ambos pudieran alcanzarlo y vencerlo el primero de julio, algo a estas alturas que parece a ojos de los expertos imposible de lograr.
*Premio Nacional de Periodismo de 1996