Dos “peces muy gordos”
Armando Ríos Ruiz miércoles 27, Nov 2019Perfiles de México
Armando Ríos Ruiz
El Presidente de México no ha quitado un milímetro el dedo del renglón, cuando se refiere al combate a la corrupción, que efectivamente, ha ejercido, pero de manera selectiva.
Los mexicanos coinciden en que, de principio a fin, el sexenio pasado se convirtió en coloso de esas prácticas, descaradas y cínicas, que coronaron al presidente Peña Nieto como campeón indiscutible del saqueo y la inmoralidad.
Sin embargo, como ocurre con los “narcos”, a quienes hay que abrazar en lugar de castigar, como se hace desde que surgió el homo sapiens, hace unos 200 mil años, a los políticos corruptos también. La bandera de este gobierno, de perseguirlos con denuedo, ondea siempre norteada y apunta a solo presunción para mantener la confianza de los simpatizantes.
Se ha pretendido conservar a Rosario Robles como símbolo de la indecencia, en un juicio que más parece ideado por la venganza; por los roces que tuvo con los que ahora mandan. No es ninguna santa, pero sus acciones en las secretarías que dirigió, en donde hubo manejos turbios de dinero, parecen haber tenido origen en mandatos ejercidos desde la cumbre más alta del gobierno.
Se habla insistentemente de combate a la corrupción. Pero sólo se habla. Los sufragantes votaron el año pasado en contra del Presidente en turno, que actuó como si quisiera convencer al pueblo de que nadie en México podría superarlo en la materia. De que es la mejor concepción para pasar a la historia en un país confundido. De pretender hacer a un lado a Santa Anna.
Ningún disparo en su contra. Ni una mención de su nombre. Ninguna liga con los actos degradantes que todo México está seguro cometió. Se le respeta y se le deja lucir como excelente bailarín y buen cliente de restaurantes lujosos de otros países, a los que acude con disfraces que no logran disfrazarlo.
Los delincuentes no son perseguidos. Se convirtieron en hombres respetables y quizá indispensables como males necesarios.
Hace unos cuatro meses se habló con profusión de la persecución en contra de Carlos Romero Deschamps y de su familia, asistente puntual a la fiesta del dinero que ofreció el líder petrolero durante más de 20 años y de otros invitados. Se afirmó que pagarían sus cuentas con la justicia.
Los medios de todos los rincones del país publicaron con grandes títulos, que La Unidad de Inteligencia Financiera investigaba a todos los ligados con sangre, luego de descubrirse transferencias que hicieron, de enormes cantidades de dinero, sin justificar su origen.
El tamaulipeco y seis integrantes de su familia, que jamás tuvo empacho en presumir el producto de la deshonra (tal vez porque a veces, el dinero mal habido viste y convierte en importantes a quienes lo tienen), fueron objeto de denuncias ante la Fiscalía General de la República, por enriquecimiento ilícito.
Se habló de que las cuentas fueron congeladas, pero el mismo Romero se encargó de desmentir la versión, con una postura que exhibía su intocabilidad. Se habló de que no se sabía en dónde estaba y él mismo se encargó de decir que estaba en México. Es decir: que no necesitaba huir.
Se habló de la falta de transparencia de las cuotas sindicales; de una bolsa de más de 40 millones de pesos; de su participación en el robo de combustible; de millones transferidos por Pemex y de los que el dirigente jamás rindió cuentas. Pero todo eso sirvió sólo para llenar los espacios periodísticos.
Hace unos días fue visto abordar un avión comercial en Acapulco, a la manera de cualquiera persona, desprovisto de su inapreciable gesto de superioridad, tal vez añorando los aviones particulares que lo trasladaban a través del espacio aéreo, a sus yates anclados en algún lugar de los siete mares y tal vez para congraciarse con el primer mandatario, de que, como él, también es capaz de usar líneas comunes y corrientes.