Samuel Ruiz: ¿Comandante Samuel?
¬ Mauro Benites G. miércoles 9, Mar 2016Municiones
Mauro Benites G.
Una infinidad de comentarios y especulaciones nos dejó la visita del Papa Francisco, entre ellas una que salió publicada en un diario de publicación nacional, en el sentido de que el Vicario de Cristo? Haría la propuesta ante el tribunal correspondiente para la canonización de Samuel Ruiz, el obispo guerrillero de Chiapas. Este comentarista desea que sea una mera especulación, no concibo que un guerrillero responsable de asesinato sea llevado a los altares.
Ya con la canonización del Papa Juan Pablo II, la curia católica hizo una llamada publicitaria en el campo de la política, al escoger la fecha del 1 de mayo -Día Internacional del Trabajo- al coincidir ésta con el dictamen del Vaticano para que Karol Wojtyla pasara a la sala de la santidad, y así fue.
El atractivo, simpatía y carisma del Vicario de Cristo era inobjetable, aunque su reinado fue representativo e identificado por su conservadurismo. Llevará ante la historia como señalamiento su complicidad u omisión en grandes problemas de desprestigio para su iglesia, como la corrupción de los Legionarios de Cristo, comandados por aquel monstruo Marcial Maciel, la no apertura para el control de la natalidad y la no aceptación de un sector en la Teoría de la Liberación, entre otros.
Recordemos: los perlados que asistieron en Medellín, Colombia en los 70s a la Segunda Conferencia de Obispos Latinoamericanos, inspirados por la reformas del Vaticano, examinaron el papel social de la Iglesia en sus países. Tras muchas discusiones, los obispos publicaron una proclama. Denunciaron la opresión sistemática de los pobres, criticaron la explotación del Tercer Mundo por las naciones industrializadas y exigieron reformas políticas y sociales. No se detuvieron ahí: los obispos declararon que la Iglesia latinoamericana contenía una misión distinta a la Iglesia de Europa, que en realidad era una Iglesia distinta que otorgaba una función política más activa. Esta aplicación práctica de la fe se conoció como Teología de la Liberación, una de las ramas más importantes dentro de la Iglesia Católica moderna y una influencia política importante en América Central y del Sur.
En 1971, el padre Gustavo Gutiérrez, un teólogo peruano, público la doctrina central del movimiento, una Teología de la Liberación, que establecía que la Iglesia debía ayudar a los pobres, no imponerse sobre ellos. Su libro inspiró la fundación de la Iglesia de los Pobres, una organización popular que combina la enseñanza religiosa con el activismo social. El movimiento fue más allá del teólogo brasileño Leonardo Boff, que en sus libros criticó a la Iglesia histórica conservadora que había permitido las injusticias en Latinoamérica e incluso había contribuido a ellas, y defendió con firmeza la moralidad de la lucha de clases.
Ni al Vaticano ni a los regímenes conservadores, mucho menos los militares latinoamericanos les gusto el cariz marxista de la Teología de la Liberación: los dirigentes del movimiento no fueron invitados a la conferencia de obispos de 1979, el Papa Juan Pablo II sustituyó a los Teólogos de la Liberación por clérigos dóciles y, en 1984, el Vaticano condenó a Boff a un año de silencio. Las represalias, en forma de asesinatos cometidos por escuadrones de muerte o en forma de encarcelamientos con torturas, se incrementaron y clérigos como el arzobispo de El Salvador, Óscar Romero y el padre Antonio Pereira Neto de Brasil, así como Camilo Torres de Colombia, que ya había caído en combate y se convirtieron en mártires del movimiento. Dentro de éste, hubo concepciones antagonistas de interpretación de algunos líderes y curas guerrilleros.
Samuel Ruíz, en México, con su personalísima concepción de la Teoría de la Liberación reclutó a guerrilleros centroamericanos habilitándolos como catequistas, llevando paralelamente la lucha armada y el mensaje marxista cometiendo actos criminales, como “expropiaciones y fusilamientos” de gente civil. Este prelado de ninguna manera se caracterizó por llevar el mensaje cristiano. No puede descansar en paz, mucho menos ser santo.