Crónica del encierro
¬ Edgar Gómez Flores martes 14, Abr 2020Con mi mano izquierda…
Edgar Gómez Flores
Me levanto y doy dos pasos junto a mi cama. Día a día necesito pensar antes de ponerme en acción. Lo primero que debo conocer es si es lunes, viernes, sábado o domingo. De manera más recurrente pienso en el tiempo. He sentido que los días se van más rápido encerrado. Retomo aquella idea sobre la vejez. Siempre he pensado que la vida es como el agua almacenada en el lavabo. Los primeros segundos, una vez quitado el tapón, es imperceptible la salida del agua y los últimos, cuando el remolino se intensifica, la vida se va en segundos. Así siento el paso de los días. He tratado de hacer una rutina para no estar a disposición de la psicosis de la pandemia. Sin embargo, es imposible dejar de sentir el peso del tiempo en la espalda. También recurro a mis días de infancia. Los programas de televisión ayudaban a darnos una idea de los días de la semana. Ahora, todos los días son noticieros. Muertos en China, Italia, España, Francia. Contagiados en Estados Unidos, Chile, Ecuador y México. Recibo información de las nuevas recomendaciones de la Secretaria de Salud y de la Organización Mundial de la Salud en mi celular, en el radio, en la televisión, en las video-conferencias con mis amigos ¿y saben…? cada vez me siento más desinformado. ¿Dejaremos nuestras casas el 30 de abril, el 20 de junio o a mediados de julio? No lo sé. ¿Debemos utilizar cubrebocas?, tampoco lo sé. A veces quiero pensar que esto es una invención de las potencias mundiales para someter al tercer mundo. Pero luego veo las noticias sobre el sufrimiento de los neoyorquinos, los italianos del norte, los madrileños y los parisinos y vuelvo a pensar en el cambio climático, como causa de este mal. Pero no tengo certeza de lo que estamos viendo. Sin embargo, también ya pasó la etapa donde quería ser epidemiólogo entre mis amigos y familiares y dar opiniones profesionales sobre un hecho desconocido. Ahora lo único que quiero es saber si esto durará 1 mes, un año o una generación.
Tuve que salir en la semana a realizar compras rutinarias y sentí un piquete en la garganta. Me molesta pensar que los días soleados en la Ciudad de México, ahora son una amenza en nuestra salud… en nuestras vidas. También me duele verme paranoico. Siento que el virus está en todos lados. Es como sentirme vigilado. Es una especie de bigbrother viral. Pienso que alguien tiene el botón para decidir cuándo y dónde contagiarme; pero también por momentos siento que alguien se está burlando de mí, de nosotros; viendo como nos comportamos como niños ante un enemigo invisible.
Muchas veces, engreído, he dicho que debía ser un honor estar en dos momentos de la historia humana, la creación y el Apocalipsis. Ahora estoy en este segundo supuesto ¿y saben qué? mis sentimientos son encontrados. Me siento afortunado y por momentos preocupado. Pero el outfit de pijama o ropa deportiva no me ayuda para el histrionismo o para la muerte que llegue a idear para mí y para la especie humana. Además la realidad de mi país y mi ciudad me ayudan a no tener la expectativa de un final holywoodense. He puesto, diariamente, mi alarma a las 7:00 a. m. y me despierta la voz lenta y difusa del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador. Por momentos pienso que el tema mundial es la pandemia; pero el humor mexicano y esa cosmovisión endémica hacen que el presidente sienta la autoridad para hablar de la rifa de un avión, de la creación de un nuevo aeropuerto en el norte de la Ciudad de México y cuando aborda el tema de la amenaza del siglo XXI (el Covid-19), recurre a una risita burlona. Y retoma la grandeza de las culturas prehispánicas mexicanas (que con sus 10,000 años de historia parecieran culturas prehistóricas). La voz entrecortada me genera entre coraje y risa. Así me despierto mañana a mañana. Mientras los fines de semana me despiertan los comerciales de colchones, sartenes y ventiladores.
Ahora solo nos queda convivir con nosotros mismos, abrir un libro, postear una foto apocalíptica en Facebook o hacer una conferencia con amigos o colaboradores para husmear si alguien conoce a una persona infectada o han tenido la experiencia de un deceso.
A veces me levanto con la sensación de querer ser un héroe de la tragedia. Creo que los hombres y mujeres tenemos ese defecto, querer formar parte del centro del universo. Pero, el no tener una formación médica me hace pensar que mi mayor aportación a la pandemia es guardarme en mis cuatro paredes. Esto se refuerza con la cantaleta televisiva y en redes denominada “quédate en casa, quédate en casa, quédate en casa…”. Ni modo esperaré a la fase tres para grabar un video cantando o declamando. Quizás no sea un héroe, pero quizás logre que mi video obtenga más de 100,000 vistas.
Por el momento, lo único que me queda es esperar a que un burócrata de la salud me diga qué hacer con mi vida. Mientras el coro de comunicadores de deportes y farándula replican su orden. Echaré a andar mi imaginación para hacer más soportable esta convivencia conmigo mismo. La pandemia solo será un pretexto para ponerle apellido al dolor de la existencia…