El suceso del siglo 2011
¬ Humberto Matalí Hernández lunes 28, Mar 2011Al son de las fábulas
Humberto Matalí Hernández
Yo el supremo Dictador de la República.
Ordeno que al acaecer mi muerte mi cadáver sea
decapitado; la cabeza puesta en una pica tres días
en la Plaza de la República donde se convocará al
pueblo al son de las campanas echadas a vuelo.
Augusto Roa Bastos. | Yo el Supremo.
La obra del escritor uruguayo Augusto Roa Bastos adquiere mayor importancia a medida que se impone la conciencia de que los escritores latinoamericanos de la segunda mitad del siglo pasado demostraron la importancia de recuperar las demandas sociales y la utopía.
En la creación literaria de Roa Bastos se destacan dos novelas: Yo el supremo e Hijo de hombre. La primera es considerada su obra cumbre, recrea la historia de Paraguay desde la independencia en 1811 hasta la muerte del tirano Gaspar Rodríguez de Francia en 1840, que se autodesignó el Supremo Dictador de la República. Es la base para el personaje central y lo lleva a niveles de gobierno de opereta y burlesque, hasta la tragedia sangrienta del país, bajo el mandato siniestro del Supremo. Parangón de los dictadores sembradores de violencia y muerte en las naciones latinoamericanas. Mientras los pueblos luchaban por su independencia, desde México a la Argentina en los siglos XIX y XX, los tiranos y dictadores militares se transformaban en enemigos de sus gobernados. Hechos violentos, represión, desapariciones y violaciones, son recurso de dictadores, tiranos de caricatura y mediocres gobernantes, especimenes de la brutalidad, que en el siglo XXI se adornan de demócratas y globalizadotes tecnócratas, pero en realidad son “gorilas” con otro ropaje.
Hay una esperpéntica similitud entre la vida del Supremo paraguayo y el mexicano Antonio López de Santa Anna, su Alteza Serenísima. De lo ridículo a lo heroico y de los bestial a lo humano. Igual como lo sanguinario en los gobiernos de Porfirio Díaz, Augusto Pinochet, Videla y demás dictadores, incluido Alfredo Stroessner que persiguió a Roa Bastos. Por cierto, el escritor recibió el Premio Cervantes en l989, mismo año de la muerte de Stroessner, dictador militar que persiguió y le impidió retornar a Paraguay. El casi medio siglo que Roa Bastos vivió como refugiado y perseguido político se inició en 1947, por culpa del gorilato paraguayo, encabezado por Natalicio González, encumbrado por un golpe militar. La vida en el exilio le dio satisfacciones plenas. España y Francia se disputaron el orgullo de otorgarle la nacionalidad, no sólo por la protección política, el objetivo era incorporarlo a la riqueza cultural de las naciones. En Yo el Supremo el lujo descriptivo de Roa Bastos es sublime:
Aquí en mi cuarto, el apagado tic tac de los relojes; entre ellos el que regaló Belgrado a Cavañas (en el original) en Takuary. El ruidito de las polillas en los libros. El minutero taimado de la carcoma en el maderamen. De tanto en tanto caen los cascados sonidos de las campanas de la catedral marcando no horas sino siglos. ¡Cuánto hace que no duermo! Todo se repite a imagen de lo que ha sido y será. Lo sumo y lo mínimo. Tan cierto es que no hay nada nuevo bajo el sol, y este mismo sol es la repetición de innumerables soles que han existido y existirán. Los antiguos sabían que el sol se hallaba a dos mil leguas y se asombraban de que pudieran verlo a doscientos pasos. Sabían que el ojo no podría ver el sol, si el ojo no fuese en cierto modo un sol. Más que necesario saber no estar enfermo, hacerse invulnerable a todo…
La reflexión del dictador, junto con la labor de un investigador, Roa Bastos como personaje de su novela, es la base de la novela histórica sobre la primera etapa de Paraguay, bajo el gobierno bufo y de zarzuela del dictador Gaspar Rodríguez de Francia:
Tengo un viejo cráneo en las manos. Busco el secreto del pensamiento. En algún punto los más grandes secretos están en contacto con los más pequeños. Este es el punto que rastrea mi uña sobre el hueso. Lustravit lampade terras. Tras mucho buscar al tanteo creo haber ubicado ya la sede tronal de la voluntad. El sitio del lenguaje bajo este hongo de afasia. Aquí, la olvidada pantalla de la memoria. Inmóviles, las que fueron usinas del movimiento. Desaparecidos los sentidos; razón que nos hace miserables; la conciencia que nos torna cobardes porque nos hace saber que somos cobardes y miserables. Párrafo que guía al lector por las reflexiones de el Supremo.
Publicada en l974, Yo el Supremo la escribió en Francia, lejos de Paraguay, mientras sobrevivía como maestro en la Universidad de Toulouse. Enseñó guaraní y literatura hispanoamericana. Roa Bastos era un ciudadano del mundo, que conmocionó a la literatura latinoamericana, en esos años en que aún se hablaba de sueños libertarios y de la unión bolivariana para los hombres de América Latina ante la bota militar que señoreaba. El impacto debe ser recuperado, ante los nuevos dictadores que vienen de las empresas trasnacionales y el capital extranjero para causar catástrofes en Argentina, Brasil, Colombia, Venezuela y un México, uncido por gobernantes irresponsables, a un tratado en donde no es el hermano menor, sino el patio trasero, en donde la mugre, la suciedad y los deshechos son arrojados por los amos de América del Norte, que secuestran y ultrajan a los millones del continente, al adueñarse de los patronímicos “americano” y “norteamericano”..
El sarcasmo es una constante en esta novela paraguaya. El autor lo confirma en las sentencias de las líneas finales: Así, imitando una vez más al Dictador (los dictadores cumplen precisamente esta función: reemplazar a los escritores, historiadores, artistas, pensadores, etc.), el a-copiador (sic) declara, con palabras de un autor contemporáneo, que la historia encerradas en estos Apuntes se reduce al hecho de que la historia que en ella debió ser narrada no ha sido narrada. En consecuencia, los personajes y los hechos que figuran en ellos han ganado, por la fatalidad del lenguaje escrito, el derecho a una existencia ficticia y autónoma al servicio del no menos ficticio y autónomo lector.