Los dictadores son iguales
Armando Ríos Ruiz lunes 25, Ene 2021Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
Cuando se supo que finalmente, Joe Biden tomaba posesión como el cuadragésimo sexto presidente de Estados Unidos, una gran mayoría de habitantes del mundo experimentó una especie der descanso y de regocijo. La nación más poderosa del mundo volvía a su cauce normal, después de haberse desbordado por la injerencia de un solo hombre.
Donald Trump luchó hasta el último instante, antes de que se iniciara un juicio político en su contra, por quedarse otros cuatro años, empecinado con la afirmación de que había sido despojado de la presidencia, pero jamás presentó pruebas y al revés, las evidencias demostraban que Biden había ganado por amplio margen.
Con toda su rabia exhibida en la toma del Capitolio, fue arrinconado. No tuvo más remedio que reconocer mordiéndose los labios, que tenía que abandonar la Casa Blanca y permitir que el ganador real de las elecciones rindiera la protesta de ley. El discurso de éste, conciliador y realista fue acogido con alegría, porque resultaba prometedor en todas las latitudes del planeta.
No obstante, el perdedor se iba, pero con la amenaza, más que promesa, de que dentro de cuatro años volverá a intentar apoderarse nuevamente del máximo peldaño político. Seguramente no lo logrará. La gente, hasta partidarios suyos, quedó inmersa en el desencanto y en el rechazo. Pero el amago pervive en el corazón del frustrado líder.
Sus acciones finales mostraron en todo momento un rostro bastante conocido en México. El del hermano mayor de nuestro mandatario. Con dejos paralelos, exactos. Como si una sola pareja hubiera educado a ambos en eso de hacer política y les hubiera enseñado a hacer lo mismo.
Sin lugar a equivocaciones, si Trump hubiera sido presidente de algún país latinoamericano, bananero, tercermundista, estaría aún en la silla presidencial reformando la constitución y acabando con las instituciones que tanto trabajo y años cuesta levantar. Estaría ideando, como ocurre en México y en Venezuela, de dónde obtener dinero para regalarlo y para quedarse con buena parte de él.
Estaría repartiendo promesas mentirosas para mantener contenta a su clientela ignorante y babeante, con la boca abierta y con el aplauso a flor de manos. Con la mentada de madres a sus rivales -en el caso de México, a los fifís, neoliberales o conservadores- y con la idea de la arbitrariedad para repetir otro mandato, llegado el día de nuevas elecciones.
En Estados Unidos eso no es posible. Los mecanismos con que cuenta para hacer cumplir la ley son muchos y efectivos. La ley se respeta y se hacer respetar, sin importar el tamaño del transgresor. Si el día 20 de este mes, Trump se hubiera negado a abandonar el cargo, hubiera sido echado de manera vergonzosa. Lo sabía y por eso optó por consentir contra su voluntad.
La miel del poder tiene un elemento que enamora como el canto de las sirenas a quienes nunca la han probado. En el caso de Trump, cuando llegó de buenas a primeras al lugar en donde reside. En el caso de México, cuando llegó al gobierno de la Ciudad de México, en donde existe una poco de ese producto.
Por eso, el ejercicio de la política debe proveer muchos momentos de esos, en los que se prueba en dosis que van acostumbrando poco a poco, para no adquirir repentinamente una borrachera, cuyo final no se desea, sino hasta la muerte. La cruda es demasiado dura e insoportable.
Se dice que los triunfos en cualquier ámbito del quehacer humano, deben estar acompañados de fracasos. de los cuales se aprende más. Éstos enseñan a caminar con mayor seguridad y conocimiento del terreno que se pisa, para no volver a tropezar.
Trump se despidió de la prensa en la Base Andrews, en Maryland, con la amenaza de que volverá. Se entendió que no a Estados Unidos solamente. Sino de nueva cuenta, a la Presidencia de ese país. Veremos otra equivocación.