El Presidente no sabe amar
Armando Ríos Ruiz lunes 10, May 2021Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
Cuánta falta le hizo al Presidente López aprender a amar. De acuerdo con algunos biógrafos a fuerza de conocerlo de niño y de joven, la rabia infinita con la que creció y que a la fecha lo acompaña, anuda las fibras de su corazón y no le permiten sentir dolor por nada. Un día mandó al diablo a las instituciones. No fue un acto repentino. Fue en serio.
Lo demostró una vez que tuvo poder. De pronto se valió de un Congreso irracional que babea ante sus iniciativas y lo obedece en todo para estar en su gracia. Para desaparecer instituciones, por la necesidad de acumular dinero para regalarlo a países centroamericanos y a inútiles de diversas clases mexicanas, como si al país le sobrara. Como si nadara en un mar de billetes.
Hace una semana ocurrió lo que tenía que ocurrir. Un tramo de la Línea 12 del Metro se desplomó y causó muertes, además de muchos heridos. Cuando le preguntaron en una de sus mañaneras por qué no había acudido a dar el pésame o muestras de solidaridad a las familias desconsoladas, no las mandó al diablo. Las mandó “al carajo”
Se trata de las familias que un día sí y otro también, asegura amar. “Primero los pobres”. Pero para utilizarlos en su provecho al costo que sea. Cuando hay que decirles una palabra de consuelo a causa de una tragedia del tamaño del “metrazo”, entonces le cuesta mucho trabajo decirles “lo siento. Estoy con ustedes”. O algo por el estilo. Como cualquier mandatario del mundo lo hubiera hecho y lo ha hecho en situaciones similares y hasta de menor tamaño.
Argumentó que ir a ver a los afectados es para tomarse la foto. Es cosa de los anteriores y a él no le gusta la hipocresía. Ahora sabemos que cuando fue más lejos, a la sierra sinaloense a visitar a la madre del Chapo Guzmán; a prometerle interceder ante las autoridades estadounidenses por su hijo; a comer con sus nietos y a celebrar el cumpleaños de uno de ellos, fue sincero.
Fue a su estado natal cuando se inundó, como ocurre cada año en época de lluvias. Sólo que en esa ocasión, con una carga de daños más severa. No tuvo el valor de bajarse a saludar a sus paisanos. Decirles algunas palabras de aliento. Se hubiera mojado los zapatos de 20 mil pesos y eso hubiera resultado realmente grave. Ordenó desviar las aguas hacia poblaciones habitadas por gente pobre. Las que ama con fingido delirio. Era más saludable que mandarlas a las zonas habitadas por gente rica, a las que dice despreciar.
Ahora está intranquilo, no por lo que ocurrió en el Metro. Está preocupado por encontrar a quién echar la culpa. Todo indica que quien cargará con los platos rotos será Miguel Ángel Mancera. Él recibió de conformidad, aunque después ordenó una investigación del estado de la línea 12. Un estudio Francés encontró que todo estaba en orden.
La suspicacia de algunos mexicanos los llevó a reflexionar que la empresa que así se expresó, bien pudo haber sido comprada por el mismo que tuvo la ocurrencia de construirla. Por Marcelo Ebrard, cuando fungió como jefe de Gobierno. Dinero le sobra a quien afirmó que jamás ha sido corrupto.
La negativa de los diputados a aceptar una investigación por lo que ocurrió la semana pasada, obviamente no fue razonada. Obedeció a una orden tajante. La indagatoria de alguna empresa lejana a los intereses del gobierno, seguramente hubiera encontrado responsabilidad en los protegidos del Presidente, como Marcelo y Claudia Scheimbaum.
¿Cuándo siente remordimientos el Presidente? parece que nunca. Lo que expresa es esa rabia que lo desencaja, cuando los mexicanos se muestran adversos a sus desatinos. A sus acciones destructoras. A sus palabras ofensivas que condenan todos los días a diferentes sectores de la sociedad.
Parece ensayar: “hoy le toca a los empresarios y mañana me voy a ir contra los periodistas. Pasado mañana repito… a ver qué se me ocurre. A lo mejor una iniciativa para darle en la madre a los que no me quieren…”