Un testamento
Alberto Vieyra G. miércoles 2, Feb 2022De pe a pa
Alberto Vieyra G.
AMLO ya comenzó a zopilotearse. Reveló hace una semana, después de que más de un pelotón de experimentados soldados que forman parte del staff del Hospital Central Militar lo sometieron a un cateterismo cardíaco para ver cómo anda de su añejo problema cardiaco, que ya hizo su “testamento político”, término inusual, que por cierto no figura en la Constitución y ni en ningún instrumento legal.
No se trata de haber a quién le hereda el rancho que tiene un nombre de la guayaba y la tostada, sino que seguramente, AMLO se refiere a su “valiosísimo legado ético y político”, que incluye más de 70 mil mentiras que ha echado a los mexicanos y también a que México contará con una gobernabilidad a perpetuidad, después de que él haya muerto, pues el falso Mesías nos quiere heredar algo que quede para el juicio de la historia.
Mire usted, eso de la gobernabilidad actual y a perpetuidad es cosa de un agrio debate, pues sabido es que las instituciones que nos heredó el viejo sistema priista son tan fuertes, a pesar de que se les ha sometido a un permanente desgaste político y mediático, que hasta permiten el autogobierno, es decir que esas instituciones sólidas y fuertes, garantizan que los mexicanos nos gobernemos con Presidentes, sin Presidentes y a pesar de los Presidentes de la República.
Pareciera que AMLO quiere morir como un Dios y para no pocos lo es, porque siguiendo al pie de la letra la máxima de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en El Gatopardo, AMLO ha hecho que todo cambie en México para que todo siga igual.
En Milenio periódico, Diego Fernández de Cevallos “el jefe Diego” ha escrito algo que es digno de reproducirlo tal cual, dijo:
“Su alteza pequeñísima nos dijo que ha elaborado su “testamento político” -algo inusual en el mundo, y figura inexistente en la Constitución y en nuestras leyes- y que se conocerá al acaecer su deceso, podemos deducir por analogía que desea dejar para las presentes y futuras generaciones su valioso patrimonio ético y político. De ello se infiere, pues, que el susodicho considera que hay correspondencia inexcusable y virtuosa entre lo que ha dicho y lo que ha hecho en su vida, que es algo digno de ser heredado a su amado pueblo y que no se debe perder o dilapidar. Lo cierto es que estamos ante una tracalada más, con efectos actuales y post mortem, pues resulta imposible no hallar en tal comportamiento una expresión (impúdica, exorbitante y pedestre) de narcisismo, vanagloria y cinismo que termina siendo, además, un distractor engañoso. Sus mascotas y corcholatas, siempre fieles, dirán que la noticia está calando en lo más profundo y sensible de la nación entera, manteniéndola en un éxtasis sin precedentes, aunque sólo sea otro ardid para no responder por la destrucción artera y sin descanso que viene haciendo en el país…
Más allá de banderías, todos debemos desearle que recupere la salud, empezando por la mental, pero el tema de esta columna es la apertura de tan regio testamento, cuando sean sus pompas fúnebres. Ese glorioso momento, que inexorablemente llegará, será grande, trascendente y luminoso para nuestro futuro como nación.
En efecto, por encima de lo que cada quien piense del aún desconocido testamento, no hay duda del patriótico motivo de su elaboración, pues su alteza pequeñísima dijo algo que tal vez ni Dios imaginó: “Lo hice para garantizar la gobernabilidad en méxico”. ¡Zas y recontra zas! Señoras y señores: ¡urgen psiquiatras y loqueros en el Palacio de Cortés!”.