AMLO reaparece con “Grandeza” en tiempos de zopilotes
Hans Salazar, Opinión domingo 30, Nov 2025Hans Salazar
- Llama a cerrar filas con la presidenta Claudia Sheinbaum y a defender la democracia y la soberanía nacional
Por primera vez en varios meses, el ex presidente Andrés Manuel López Obrador reapareció públicamente. No lo hizo en un mitin multitudinario, ni en una asamblea política, sino desde la serenidad de su finca en el sur del país. Desde allí, sentado en una silla de caoba y con su inseparable guayabera blanca, ofreció una reflexión de casi cincuenta minutos difundida por YouTube. El motivo inmediato: la presentación de su nuevo libro, Grandeza. El trasfondo: un mensaje político de fondo, de continuidad y advertencia.
Una voz que no se apaga
López Obrador habló pausado, pero con la firmeza que lo caracteriza. Dijo estar jubilado, dedicado a escribir y a estudiar las raíces culturales de México, particularmente el legado de los pueblos mayas y olmecas. Sin embargo, su jubilación no suena a retiro espiritual ni a descanso total. Más bien, parece un nuevo capítulo de su larga narrativa: la de un político que transita del poder formal al poder simbólico.
Desde esa quietud elegida, AMLO sigue hablando al país. Lo hace como cronista de la transformación y guardián del rumbo histórico que ayudó a forjar. Su aparición, por tanto, no es un gesto casual ni un simple lanzamiento editorial. Es, en el fondo, una reafirmación de su papel como referente moral y político de una época.
Un retiro condicionado
El ex mandatario fue claro: no hará gira de presentación. No habrá eventos, ni aplausos, ni carpas repletas. Pero su silencio no es absoluto. “Rompería el retiro”, advirtió, si se concretara alguna de tres amenazas:
- Un intento de golpe de Estado.
- Un atentado o agresión contra la presidenta Claudia Sheinbaum.
- Un ataque directo a la soberanía nacional.
En cualquiera de esos casos —dijo— volvería al espacio público “por convicción y por deber”. El mensaje no pasa desapercibido: su retiro no implica ausencia política. Su palabra sigue siendo una línea de defensa, una frontera ideológica.
Defender a la presidenta, defender el proyecto
Buena parte de su mensaje giró en torno a la presidenta Sheinbaum. López Obrador la respaldó sin ambigüedades y llamó a la unidad: “Hay que cerrar filas”, dijo. Subrayó
que la transformación debe cuidarse de quienes buscan revertirla desde el ruido mediático o la manipulación política.
“Todavía es tiempo de zopilotes”, sentenció, evocando la metáfora que tantas veces usó para describir a quienes viven del despojo, la calumnia o el oportunismo. Su advertencia resuena como eco de los tiempos de polarización, pero también como un llamado a no caer en la trampa de la desesperanza.
Una lección persistente: primero los pobres
“Por el bien de todos, primero los pobres”, insistió. Pero fue más allá: “hasta por los ricos”, dijo, porque un país más justo beneficia a todos. La frase, que se ha convertido en emblema de su pensamiento, aparece ahora como eje moral de Grandeza, una obra que mezcla historia, identidad y política cultural.
El libro, según explicó, busca reivindicar el legado civilizatorio del México profundo: los conocimientos, valores, costumbres y arte de los pueblos originarios que, pese a la colonización y la desigualdad, sostienen la raíz de la nación.
La trascendencia del mensaje
La reaparición de López Obrador ocurre en un contexto en el que la política mexicana vive un reacomodo: nuevas figuras, nuevas prioridades, pero también los viejos intereses que resisten los cambios. Su mensaje, entonces, funciona como brújula moral y advertencia histórica: la transformación no está concluida y su defensa, sugiere, no admite descanso.
El expresidente se muestra tranquilo, pero no indiferente. Su figura encarna una dualidad: está fuera del poder, pero dentro del relato. No ocupa cargos, pero sigue influyendo en la conversación pública. Desde su finca, entre los árboles y la calma del trópico, envía un recordatorio sutil pero contundente: AMLO está retirado, pero no ausente.
Gertz Manero: el fiscal que quiso ser poder, pero terminó solo
La caída de Alejandro Gertz Manero no fue un accidente. Fue la crónica de un aislamiento anunciado.
Llegó a la Fiscalía General de la República con la promesa de independencia, pero terminó simbolizando el viejo modelo: el del fiscal que actúa en solitario, que guarda silencios incómodos y que convierte los casos en disputas personales.
Durante casi siete años al frente de la FGR, Gertz acumuló poder, controló procesos, impuso ritmos, pero se fue quedando sin legitimidad. Su figura, en lugar de representar
una nueva etapa de justicia autónoma, terminó siendo un espejo del pasado: el de los procuradores que confundían la autonomía con la impunidad y el silencio con la autoridad.
Su estilo —severo, autoritario, impermeable a la crítica— le restó aliados incluso dentro del propio gobierno de la Cuarta Transformación. Los años y los escándalos lo fueron cercando: los audios filtrados, el caso de su excuñada, las carpetas estancadas, la opacidad sistemática y el desdén por la transparencia. Al final, el poder que acumuló fue tan grande como la desconfianza que sembró.
El fiscal que perdió el respaldo
Cuando en 2019 fue nombrado el primer fiscal autónomo del país, Gertz Manero prometió transformar la procuración de justicia. Se presentó como el arquitecto de una nueva institución libre del control político. Pero su gestión terminó mostrando lo contrario: una Fiscalía cerrada, vertical y con decisiones concentradas en una sola voz.
Los grandes casos que marcaron los últimos años del país —Ayotzinapa, Odebrecht, Pegasus, la Estafa Maestra— se empantanaron. Muchos fueron utilizados para enviar mensajes políticos más que para garantizar justicia. En vez de construir confianza, Gertz edificó muros.
Sus disputas personales, como la persecución judicial contra su ex cuñada Alejandra Cuevas, lo exhibieron como un funcionario que usaba el poder del Estado para resolver agravios familiares.
Aunado a ello, la filtración de carpetas de investigación a una prensa golpista, ávida de escándalos, evidenció otro problema: una Fiscalía que filtraba información sensible y que, al hacerlo, terminaba sirviendo a intereses contrarios al Estado. Mientras los medios conservadores aprovechaban esos materiales para atacar al Poder Ejecutivo y a la Cuarta Transformación, uno se preguntaba: ¿a qué jugaba el Fiscal General de la República?¿A procurar justicia o a debilitar al gobierno al que debía acompañar institucionalmente?
La autonomía institucional terminó reducida a un argumento de conveniencia. Con el tiempo, el fiscal se volvió una figura incómoda: para la opinión pública, para el sistema judicial, incluso para el propio gobierno. De aliado del presidente López Obrador pasó a ser un símbolo de desgaste. Su autoridad ya no emanaba de los resultados, sino del miedo que inspiraba en su entorno.
Una salida que era cuestión de tiempo
La renuncia de Gertz Manero —formalizada después de que el senador Adán Augusto López Hernández enviara una carta a la presidenta Claudia Sheinbaum— fue el desenlace natural de una relación institucional agotada.
Aunque el discurso oficial habló de motivos de salud, nadie en el Senado ni en el ámbito judicial dudó que el desgaste era insostenible.
El retiro del fiscal no sorprendió a nadie. Desde 2024 su salud, su aislamiento y su bajo perfil público anticipaban el final.
El fiscal que un día presumió autonomía terminó abandonando el cargo por la puerta lateral, sin respaldo político ni reconocimiento social.
Era el fin de un ciclo: el del fiscal omnipotente, pero solitario.
El golpe de timón de Claudia Sheinbaum
El golpe de timón que da la presidenta Claudia Sheinbaum en la Fiscalía General de la República es claro, firme y profundamente político. No responde a presiones ni a operadores: es decisión y liderazgo.
Con un solo movimiento, Sheinbaum marca distancia respecto al estilo del fiscal saliente y al mismo tiempo imprime su sello en la procuración de justicia.
Es el mensaje más contundente desde que asumió el poder: no habrá continuidad de los viejos métodos, ni espacio para los intocables.
Los del PRIAN, machos y misóginos, inventan cuentos porque no soportan admitir que el rumbo lo marca ella… y que ese golpe de timón viene desde Palacio, con una mujer al mando.
Una Presidenta que no delega decisiones cruciales y que entiende que la justicia no puede seguir siendo el bastión de la arrogancia ni el refugio de los poderosos.
Este movimiento no sólo cierra una etapa; redefine la relación entre el Ejecutivo y la Fiscalía. Donde antes había pactos silenciosos, ahora se exige transparencia. Donde había miedo, se reclama confianza. Donde se privilegiaban los intereses personales, se busca devolverle la justicia al pueblo.
Claudia Sheinbaum no está sustituyendo a un fiscal; está desmontando una forma de ejercer el poder.
Su mensaje es inequívoco: la justicia mexicana debe responder a las víctimas, no a los egos.
Ernestina Godoy: continuidad de principios, no de personas
La llegada de Ernestina Godoy Ramos, ex fiscal de la Ciudad de México, representa más que un relevo administrativo: es la confirmación de una visión distinta del Estado y del papel de la mujer en los espacios de poder.
Godoy es una jurista con trayectoria probada en derechos humanos, perspectiva de género y combate a la corrupción, pero sobre todo, una funcionaria identificada con el humanismo que la presidenta busca imprimir en toda la administración pública.
Hereda una Fiscalía marcada por la desconfianza y los pendientes, pero también una oportunidad histórica: convertir la autonomía en sinónimo de rendición de cuentas, no de impunidad.
El reto es monumental: acelerar investigaciones, transparentar procesos y demostrar que la justicia no tiene por qué estar divorciada del pueblo.
El fin de los fiscales intocables
El retiro de Gertz Manero marca el cierre de una era.
Se va el fiscal que quiso ser poder, pero terminó solo.
El hombre que presumió independencia, pero se aisló en su propio círculo de sombras.
Su salida es más que un cambio de nombre: simboliza un cambio de época. El país entra a una nueva etapa donde la procuración de justicia ya no puede depender del carácter de un solo hombre, sino de instituciones que sirvan, que respondan, que rindan cuentas.
Con este golpe de timón, la presidenta Claudia Sheinbaum traza una frontera entre el pasado y el futuro.
Deja claro que el poder no se mide por la intimidación, sino por la capacidad de construir confianza.
Y que en esta nueva era, las decisiones firmes también pueden tener rostro de mujer.











