La fuerza invencible del pueblo y la continuidad de la Cuarta Transformación
Hans Salazar, Opinión domingo 7, Dic 2025HANS SALAZAR
Este sábado 6 de diciembre de 2025, ante más de seiscientas mil personas reunidas en el Zócalo de la Ciudad de México, la presidenta Claudia Sheinbaum volvió a situar el pulso del país en una palabra clave: dignidad.
No fue un discurso de conmemoración rutinaria, sino una reafirmación de rumbo y sentido histórico. Siete años después del inicio de la Cuarta Transformación, Sheinbaum trazó el mapa de un país que ha decidido avanzar sin subordinación, con justicia y con la fuerza invencible de su pueblo.
La escena -un Zócalo y calles aledañas con cientos de miles de asistentes, llena de banderas, rostros y esperanza- condensó el espíritu de un movimiento que, lejos de agotarse, busca consolidar un modelo político y ético basado en el humanismo mexicano.
“No somos colonia ni protectorado de nadie”, reiteró la mandataria. Con esa frase, más que una consigna, se sostuvo una doctrina: México ha aprendido a relacionarse con el mundo defendiendo su soberanía, y al mismo tiempo, a mirarse a sí mismo como nación que produce, crea y resiste.
Un modelo que da resultados
En su mensaje, la presidenta defendió los resultados del modelo económico de la Cuarta Transformación con datos contundentes: 13.5 millones de personas han salido de la pobreza desde 2018, y México es hoy el segundo país menos desigual del continente.
Los salarios mínimos, que hace apenas siete años equivalían a una jornada de precariedad, hoy representan un piso de dignidad. La inflación controlada, el récord en inversión extranjera y la estabilidad del peso confirman algo que hace décadas parecía impensable: el país crece con justicia, no a costa de los más pobres.
Pero más allá de las cifras, lo que la primera mandataria de nuestro país planteó fue un cambio de paradigma. No se trata solo de distribuir riqueza, sino de redefinir la moral pública, de gobernar con empatía y con una ética del cuidado. La economía y la política, dijo en esencia, no pueden desligarse de la responsabilidad social.
Derechos laborales, justicia social
Otro de los ejes del discurso fue el mundo del trabajo. El respeto al voto libre en sindicatos, la creación del Fondo de Pensiones para el Bienestar, la eliminación del outsourcing y la propuesta de jornada laboral de 40 horas dibujan una nueva relación entre el Estado y los trabajadores. En un contexto global donde la precarización avanza disfrazada de modernidad, México apuesta por la recuperación de derechos que antes se consideraban imposibles.
Los Programas para el Bienestar, convertidos ya en un pilar constitucional, llegan a 32 de las 35 millones de familias mexicanas. A eso se suma la promesa de un Sistema Nacional de Salud Universal en 2026, nuevas preparatorias y universidades públicas gratuitas.
No se trata solo de políticas sociales, sino de una filosofía de gobierno: primero los pobres, pero también primero los jóvenes, las mujeres, los pueblos originarios, los trabajadores y las comunidades históricamente excluidas.
Seguridad, soberanía y memoria
En materia de seguridad, Sheinbaum subrayó una reducción del 34 % en los homicidios dolosos respecto a 2018, un contraste con los sexenios de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, donde ese delito aumentó en más de 250 %. Este dato, más que un logro técnico, representa una transformación de enfoque: la paz no se impone con fuerza, se construye con justicia social.
El discurso incluyó también un repaso a las grandes obras de infraestructura: trenes de pasajeros, proyectos de agua y caminos artesanales, la recuperación de Pemex y CFE como empresas nacionales y la Ley de Aguas Nacionales, que devuelve el control del recurso al Estado. Son símbolos materiales de un gobierno que busca equilibrar crecimiento con soberanía.
Un movimiento que trasciende gobiernos
Al final, el mensaje de la Presidenta tuvo un componente emocional profundo. Agradeció al pueblo su respaldo y aseguró que “nunca traicionará” la confianza depositada en ella. En ese gesto, más íntimo que político, se condensó la continuidad del proyecto de nación iniciado por Andrés Manuel López Obrador: el tránsito de un liderazgo personal a una institución popular, de un movimiento a un Estado con conciencia.
A siete años de aquel triunfo electoral que cambió el rostro del país, la presidenta Claudia Sheinbaum no solo rindió cuentas: hizo un llamado a mantener viva la llama de la esperanza. Porque la Cuarta Transformación, como ella misma sostiene, no es un capítulo cerrado, sino una revolución moral y social en construcción. Y su fuerza —lo repitió ante cientos de miles— no proviene del poder, sino del pueblo que la sostiene.
Del Zócalo a Palacio Nacional: siete años del poder popular
Morena, como movimiento social e institución política, tendría que revisarse desde la visión de los cambios profundos que atraviesan los procesos políticos y sociales de América Latina, lejos de la óptica eurocentrista.
En esta celebración —asamblea de las alegrías y de las izquierdas— realizada el fin de semana pasado en el Zócalo, pueden añadirse algunos puntos esenciales para el análisis y así aproximarnos a una interpretación real, sin echar las campanas al vuelo.
En primer lugar, destaca la llegada pacífica de un cambio de concepción y visión de país desde Palacio Nacional, que en un sexenio y un año derrumbó más de 90 años de dominio de los grupos oligárquicos enquistados en el poder a través del añejo PRI y, después, bajo la convivencia entre PAN, PRI y PRD —una alianza que hace mucho dejó de ser de izquierda—.
En segundo término, resalta la enorme juventud de un movimiento social que supo fundar sus bases en nuevos principios, de forma horizontal, apoyando a quienes menos tienen —mujeres y hombres— para aliviar y emanciparlos de la pobreza a la que los había condenado el proyecto neoliberal, aquel que ofreció las riquezas de la nación al capital extranjero, negando la posibilidad de un futuro independiente y sometiendo al país a las relaciones de poder del más fuerte.
En tercer lugar, vale subrayar las cualidades de haber abandonado las burocracias y los intermediarismos políticos para interactuar de forma directa con la gente; de haber hecho a un lado el caciquismo y el corporativismo que tanto daño causaron a las buenas causas y corrompieron a los líderes con ideas atadas a las viejas formas de ejercer el poder: todo para unos cuantos, nada para los muchos que nada tenían — mujeres, hombres y jóvenes sin oportunidades—.
Morena, en ese sentido, es un cúmulo de experiencias ciudadanas que unen su esperanza en gobernar para los que menos tienen, mediante políticas públicas transparentes; recuperando los bienes de la nación, devolviendo los derechos sociales y políticos a los ciudadanos y defendiendo, en todos los frentes, la soberanía. No es casual: la defensa inmediata y de largo aliento de nuestros hermanos migrantes y su derecho al trabajo, incluso más allá de las fronteras del país, así como las renegociaciones del Tratado Comercial entre México, Estados Unidos y Canadá, son prueba de ello.
En cuarto lugar, la expresión política de Morena y su aportación al cambio latinoamericano, desde un pensamiento de las izquierdas, recupera el sentido histórico de las independencias y autonomías de los líderes que marcaron la senda de otras naciones en una misma ruta: Hidalgo, Benito Juárez, José Martí, Simón Bolívar, Martín Fierro, Bernardo O’Higgins, por citar a algunos protagonistas del primer piso de la emancipación continental.
Morena, concebido como movimiento social, irrumpe en la escena política contemporánea como un actor con capacidad autónoma, sin dependencia alguna de un partido matriz. Se autoconstruye desde la experiencia social propia, después de librar dos fraudes electorales y la resistencia de miles de ciudadanos que, arropados al cobijo de un gran líder como el expresidente Andrés Manuel López Obrador, supieron llevar a buen puerto a todo un movimiento sin provocar un conflicto social armado ni una revuelta civil que dejara en la orfandad a los ciudadanos libres.
En quinto lugar, debe reconocerse el firme y brillante liderazgo de la presidenta Claudia Sheinbaum, quien al llegar a la Presidencia refrendó, con pase doble y más de 30 millones de votos, la voluntad popular de continuar al frente de la República, logro que se reflejó también en la mayoría obtenida en los congresos legislativos, gobiernos estatales y municipales.
En ese contexto debe evaluarse la reciente celebración de los siete años de Morena en el poder. No es fruto del azar ni señal caída del cielo: es resultado de un proceso de consulta, coordinación y ejercicio cotidiano por escuchar a la gente, conocer y resolver sus necesidades, acompañarla en la desgracia por motivos naturales, generar empleo, salud, educación, vivienda y posibilidades de futuro con hechos, no con palabras huecas; sin repetir el pasado, aplicando justicia para todos, sin excepciones, y desterrando la corrupción para siempre.
Por todo ello, el séptimo aniversario de Morena —de su llegada al poder y su permanencia— debería reflexionarse a fondo: no solo como una conmemoración política, sino como una oportunidad para medir la fuerza viva del poder popular que, desde el Zócalo hasta Palacio Nacional, sigue marcando el rumbo de la transformación.
México abre el Mundial 2026 con liderazgo femenino
El 5 de diciembre de 2025, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo representó a México en el sorteo oficial de la Copa Mundial de la FIFA 2026, celebrado en el John F. Kennedy Center for the Performing Arts, en Washington, D.C. Su presencia marcó un momento histórico: fue la primera visita oficial de la mandataria a Estados Unidos y una muestra del papel que México desempeñará como anfitrión de uno de los eventos deportivos más importantes del planeta.
En su intervención, Sheinbaum destacó el profundo vínculo del pueblo mexicano con el futbol y recordó las raíces ancestrales del juego de pelota mesoamericano, símbolo de la pasión y la identidad nacional. “El futbol es parte de nuestra cultura, de nuestra alegría y de nuestra historia como pueblo”, expresó ante un público internacional que la aplaudió de pie.
Durante el sorteo, la presidenta participó activamente al extraer la pelota con el nombre de México, que quedó confirmado como cabeza de serie del Grupo A. Con ello, el Estadio Azteca será nuevamente sede del partido inaugural, consolidando al país como el único en organizar tres Copas del Mundo.
Más que un acto deportivo, la aparición de Sheinbaum proyectó un mensaje de orgullo, diplomacia y soberanía cultural. En un escenario global, la presidenta convirtió el sorteo en una declaración simbólica: México está listo para recibir al mundo, con la fuerza de su historia y el liderazgo de una mujer al frente.











