Renata
Cultura, ¬ Edgar Gómez Flores viernes 20, Jun 2014
Edgar Gómez
Por momentos se escriben cuentos por necesidad de comunicar, de dar a la luz un sentimiento complejo o de impulsar una idea que se mete como piedra en el zapato.
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Por momentos se escriben cuentos por necesidad de comunicar, de dar a la luz un sentimiento complejo o de impulsar una idea que se mete como piedra en el zapato.
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Regresaba de su trabajo a las cuatro de la tarde. Había comprado algo para comer en el trayecto de la oficina a su casa. Ella vivía en una vecindad cercana al barrio de la Lagunilla en la Ciudad de México, justo donde termina la parte histórica y turística de la Ciudad para hacer contacto con la realidad de esta urbe.
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En ese momento las campanas repicaron y un revuelo se escuchó afuera de la carpa, pareciera una fiesta del pueblo. Luisa quiso caminar hacia la puerta principal, pero trompicaba en su andar. Hacía un esfuerzo inmensurable por avanzar y no lo lograba. De pronto, volteo a su reloj y vio: “las 20:22”. El dolor de cabeza nuevamente la tomó, ahora sin parangón. Todo el sueño le llegó en ese momento… “Recuerda Luisa… el dos mil veintidós, por favor no lo olvides”, “¿Le tienes miedo a la muerte?”, “¿te das cuenta? Ni para morir tienes valor, sólo lo intentas y no lo logras”… Las voces llegaron una por una primeramente, después llegaron todas juntas y la tomaron.
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El silencio se acentuó aún más. Luisa… la niña Luisa, dirigió sin recato la vista hasta este personaje. El silencio se rompió con sus primeras palabras: “Estimados amigos, hemos presenciado grandes hazañas el día de hoy
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A lo lejos un local tipo taberna daba una vista pintoresca a la noche. El guía le dijo; “Vamos, será bueno el calor de la leña”, “entremos”… Una mujer tomó el brazo de Luisa antes de entrar y le dijo: “Recuerda Luisa… el dos mil veintidós, por favor no lo olvides”… Lo escuchó como murmullo, apenas lo pudo percibir, no le tomó mucha atención.
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Eran cerca de las 10 de la noche, ella estaba empapada con ese sudor que sólo lo puede ocasionar los malos momentos o los malos sueños. Se acercó al pequeño balcón que tenía su recámara. Apenas pudo abrir los ojos… pasaron algunos segundos, uno, dos, tres, los talló tan fuerte que las imágenes que estaban frente a ella empezaron a tomar tintes de fantasía.
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Parecía que estaba obsesionado por decir algo. Llevaba dos días escribiendo día y noche. Bernardo Aretia era un escritor que había decidido a los veintidós años llevar su vida hacia lo que la gente nombraba arte y el llamaba “terapia”.
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Desde las cuatro de la mañana Don Fernando había salido de su casa, en el oriente de la ciudad de México. Esto era lo que diario hacía, levantarse, tomar una ducha con agua fría, revisar de manera rápida la lista de sus compras y de ahí partía a una velocidad moderada a la Central de Abasto en la delegación Iztapalapa del Distrito Federal.
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El humo se esparcía por toda la habitación de Juventino. Cigarro a cigarro se iban consumiendo sus pensamientos, sus sentimientos y quizás alguno que otro ideal de juventud. De esos ideales que exaltan la soberbia de quien los abandera y hacen pensar que los problemas del mundo se resuelven con una actitud revolucionaria o como diría su abuelo “actitud echada pa’ delante”.
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Eran las tres de la mañana. Ernesto se levantaba con dificultad de su cama. Parece que la botella de mezcal oaxaqueño había recorrido todo su cuerpo, de ida y vuelta. No recordaba bien cómo había llegado a ese momento. En su ligero recuerdo tenía algunas visiones; ella soltándose de su mano, gritando y manoteando como quien quisiera golpear al aire. Ese recuerdo le permitió penetrar en un recuerdo previo; la cena de cumpleaños de Andrea, su pareja de seis años. Esa cena había sido un ritual para ella durante ese tiempo.
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Era medio día. El sol se posicionaba en el cenit con un calor cercano a los treinta grados. Eran una tarde más de julio en Cuautla, la segunda ciudad más importante en el Estado de Morelos, eso mencionaba el portal del gobierno municipal.
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Los setentas corrían por su mitad, el siglo pasado, el letargo del movimiento estudiantil hacía daño al ambiente. Se empezaban a petrificar las palabras libertad, dolor, lucha, guerrilla. Todo el sistema estaba listo para iniciar otra historia a partir de soslayar la que había pasado o vivido el México de algunos años atrás, principalmente el de la ciudad de México.
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