Propaganda ¿ o guerra de lodo?
Francisco Rodríguez lunes 27, Abr 2015Índice político
Francisco Rodríguez
En el exilio de Santa Elena, Napoleón escribió: “Para ser justo no basta con hacer el bien; es necesario, además, que los gobernados estén convencidos de ello. La fuerza se funda en la opinión. ¿Qué es el gobierno? Cuando falta la opinión, nada”.
Treinta años más tarde, Lamartine anunciaría el ingreso de la humanidad a la “era de las masas”. La socialdemocracia europea inventaría el partido y el discurso de multitudes. Cuando murió el diplomático, en 1869, nació el emblemático Partido Socialdemócrata Alemán.
Jules Monnerot, fundador del Partido Comunista de Martinica, escribiría: “Los poderes destructores que contienen los resentimientos humanos pueden ser utilizados, manipulados por especialistas, casi como cualquier material explosivo”. Así se establecieron las bases de lo que vendría.
El hombre moderno está asombrosamente dispuesto a creer, decía frecuentemente Mussolini. Hitler apostaba a que el hombre tenía una “disposición casi femenina a la impresión que se produce en sus sentidos, más que a la reflexión”.
Leni Riefenstahl, su productora cinematográfica estrella, reseñó en la película “El triunfo de la voluntad”, que el Führer alcanzó a prometer en sus discursos: “Cuando lleguemos al poder, cada mujer alemana obtendrá un marido”.
En su esencia, la propaganda hitleriana era un llamado a la sangre, a la guerra, una invocación a lo racial y a lo mesiánico. La propaganda alejó al pueblo alemán de toda posibilidad racional. Fue conducido a la locura del éxito, después de la penuria, el costo y el hambre de la derrota en la Primera Guerra Mundial. El pasto estaba seco.
La propaganda soviética de la Guerra Fría tenía como fin colectivizar los medios de producción. Utilizó para ello técnicas y métodos de persuasión sicológica, hoy asumidos por la comunicación moderna a partir de la realidad de cada pueblo.
La propaganda y la democracia, decía Goebbels, no son incompatibles, ya que “la propaganda es la medida de control de los Estados democráticos, equiparable a la fuerza y el miedo utilizados por los Estados autoritarios”.
Aún más: “en la democracia hay dos tipos de ciudadanos: la élite o clase especializada y la población o rebaño desconcertado. La élite es la que emite la propaganda y controla, o por lo menos lo intenta, a la población”.
Las grandes campañas publicitarias de propaganda llevadas a cabo por el aparato norteamericano se dispararon después de la Primera Guerra y durante la gran depresión que duró una década. Se inyectó a las nuevas generaciones el espíritu de superioridad occidental y de dominación.
Sus impactos fueron dirigidos a adecuar la conducta electoral, las creencias, juicios y valores con el protestantismo militante en todos los sectores sociales que generaban opinión o que pudieran influir en su formación.
Reforzar ideas y creencias, procesos de persuasión, las formas de violencia social y la preparación ideológica de cara al ingreso en la Segunda Guerra Mundial. Los estudios de Lasswell, Lazarsfeld y Popper son esenciales. En la actualidad es difícil distinguir la propaganda política de la publicidad comercial. El cliente es el mismo.
La propaganda es efectiva sólo si está conectada a la realidad
Los partidos políticos, los sindicatos, los grupos de interés y de presión, las universidades y el gobierno generan propaganda, con distintos objetivos y misma plataforma: lograr el consenso social en apoyo de sus posiciones.
Pero de ninguna manera es cierto que la propaganda sea un producto que pueda fabricarse en el alto vacío, ni en el confinamiento de un laboratorio. Los objetivos de la propaganda deben establecerse a partir de lo que indican la realidad y el pulso social.
La propaganda no es magia, ni genera por sí misma espontaneidades o movimientos a favor o en contra de “algo”. No es un producto que se pueda lograr tabula rasa, es decir, haciendo a un lado lo que lo perjudica y centrándose en lo que se quiere lograr.
El triunfo o fracaso de un programa propagandístico no se encuentra ni en la calidad de su diseño, ni en la cantidad de dinero que se utilice para lograr su profusión . Esos son sólo atributos. La esencia de la propaganda es su contenido. Si éste va de la mano con la realidad, tiene el éxito garantizado.
Si algún producto social debe estar metido bajo la piel de un pueblo, latiendo al mismo ritmo que su pulso colectivo, ese es la propaganda política. Cuando no se logra insertar su contenido con la esperanza o los objetivos de una población, todo es inútil. El ingenuo que lo pretenda se encuentra en las manos del primer adversario perspicaz que aparezca.
Si alguien no tiene derecho a quejarse de la propaganda que utiliza el opositor, es el gobierno, por la simple y sencilla razón de que el aparato público tiene a la mano los datos duros de su programa y la inmensa red de comunicación para “llevarse el gato al agua”.
Un gobierno que se queja del éxito de la propaganda de sus oponentes, es un gobierno que admite la derrota en sus propias narices; incapacitado para comunicar y para influir en la mente y la disposición del colectivo, en función de objetivos superiores.
Es como si un ladrón se quejara de la policía o de los rateros que viven al lado. No tiene la legitimidad para hacerlo. Mejor que se dedique a otra cosa. El que no quiera quemarse, mejor que salga de la cocina, decía Truman. El que no quiere ver espantos, que no salga de noche, decimos acá nosotros.
De igual modo, la propaganda contraria se haría agua en las manos de la oposición si no estuvieran dadas las condiciones en el flanco oficial para que fuera aceptada y asumida sin más por la población perjudicada. Por sí misma, la propaganda no tiene favoritos.
La propaganda está al alcance del que quiera conquistarla. Todo es cuestión de ideas y de sensibilidad para lograr el leit motiv (música, colores, símbolos, frases) del mensaje, la idoneidad del medio, la duración y espectro del contenido.
Índice Flamígero: Solidaridad a Claudia Rodríguez, autora de la columna Acta Pública —y quien es mi hermanita menor— manifiesta El Poeta del Nopal en su epigrama de este día: “Quiero asentar en el acta / esquiva de la justicia / una sensible noticia / a todo aquel que redacta / la nota puntual, exacta, / ejemplo de transparencia, / y con puntual elocuencia / reitera su vocación / al defender la razón / en medio de la estridencia”.