El petróleo y el TLC
¬ Mauro Benites G. jueves 30, Ago 2018Municiones
Mauro Benites G.
Yo odio el petróleo. No solamente es el causante del setenta por ciento de la contaminación mundial, si no que, en cualquier país, allí donde se descubren yacimientos y se empieza a perforar pozos, el medio ambiente se degrada, la tierra se envenena, la vegetación se enferma o muere; para los hombres el petróleo significa, de inmediato, inflación y con el dinero surgen el vicio, la prostitución, las drogas, el agio, ¡Ah! Pero en México, sobre todo frente al Tratado de Libre Comercio, el petróleo es más sagrado que el óleo santo de Reims. No, es sencillamente una fuente de riqueza- y de desgracia- formada a lo largo de millones de años con los restos de inmensos bosques y otros materiales que las convulsiones geológicas dejaron bajo la superficie, un líquido fósil, apestoso y desagradable, que resulta el combustible más barato posible, no. Es, ¡quien lo dijera!, el honor, la soberanía, el derecho de México. Es el óleo santo. ¿Y saben ustedes por qué? ¡Ah!, pues porque, obligado por Francisco J, Mujica y Vicente Lombardo Toledano, ¡se lo expropió don Lázaro Cárdenas a las compañías extranjeras qué venían explotándolo!
El petróleo, igual que en cualquier otro país, debe ser considerado una riqueza nacional, desde luego, pero no un producto santo. Ya el tótem y el tabú alrededor de la figura del general Lázaro Cárdenas (el único Cárdenas que estará en la Historia) son demasiado absurdos, exagerados, inconvenientes. Si su reforma agraria fue un terrible error, porque atomizó la tierra, lo que es absolutamente anti-económico y no les dio título de propiedad a los campesinos, con que al no sentirse dueños de la tierra no la trabajan, constituyendo votos cautivos para el sistema, de allí la ridícula postura de los izquierdosos de clamar en defensa del ejido, es decir, en contra de que México produzca lo que necesita comer y señalar “las fallas del sistema”… que implantó el general, pues fue él, y sólo él, quien estableció las modalidades de una reforma agraria, de tal modo mal planeada que el señor no pensó en que la tierra no se estira, y como no se estira, era inevitable que veinte años después de 1937 los ejidatarios que recibieron las minúsculas parcelas hubieran tenido un promedio de siete u ocho hijos cada uno, y cuarenta años después existieran los millones y millones de la segunda generación, pues cada uno de esos siete u ocho hijos de los ejidatarios de la primera “dotación” de tierras… sin título, sólo con la obligación de gritar “viva fulano” cada tres o seis años, tuvo siete u ocho hijos a su vez, que son los que hoy rodean a la inmensa ciudad de México, y vienen, porque de algún modo han de vivir, a pedir limosna, a pintarse de payasos, “a tragar” fuego a vestirse de matachines en compañía de sus hijos.
Lejos de dejar en segundo término el petróleo en la actualización del TLC, que es nuestra mejor baza, la más valedera, deberíamos hacer de él, la base de nuestra posición en la relación con Canadá y los Estados Unidos, que tienen poco petróleo en comparación, dadas las poblaciones de los tres países y la necesidad que en el Norte tienen los dos de más petróleo. En México, aunque está detenida la explotación y refinación por falta de inversión, la que debió dedicarse a esa actividad tan necesaria, habría que reanudarla y aceptar capitales y técnicas extranjeras para esa urgente e indispensable tarea, la que llegaran de todos modos quedarían sujetas a las leyes mexicanas, que ya se sabe en último caso sirven para expropiar.