¿Pactar con los criminales?
Armando Ríos Ruiz viernes 8, Jul 2022Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
Cuando leí la declaración que hizo a Milenio, el obispo de Zacatecas, Sigifredo Noriega, referente a que “es necesario tender puentes de comunicación con los líderes del crimen organizado, para dar pie a un pacto social que pueda reducir los homicidios en el país”, pensé en la gran necesidad de que la gente se ubique y se dedique estrictamente al quehacer que está acostumbrado a desempeñar. Es obvio que el de los sacerdotes no es la seguridad.
El clérigo parece ignorar que su propuesta significa ensanchar los lazos de unión que hoy, las actitudes de los que gobiernan exhiben como ciertas. Por principio de cuentas, la frase de abrazos, no balazos, entraña el deseo tácito de mostrar a los delincuentes que en lugar de perseguirlos y castigarlos por los ilícitos que cometen, tienen manga ancha para ejecutarlos.
Lejos de resultar realmente eficaz, la reiterada insistencia de no abandonar esta estrategia ha servido para que los criminales sientan que todo el país es suyo y por ello, han contribuido con toda su fuerza destructora, a que los índices de criminalidad aumenten a niveles nunca vistos. Sólo está en la mente de un hombre que la defiende, contra la de millones de mexicanos que en este renglón suman mayoría y que en otros países resulta ofensiva y entreguista a las fuerzas dedicadas a cometer todas las fechorías del diccionario.
La propuesta resulta una falta gigantesca al Estado de Derecho. El gobierno tiene obligación constitucional de salvaguardar la vida y los intereses de los gobernados. No a reconocer las actitudes delictivas y premiarlas con un pacto entre éstas y el que gobierna, reconocido como legal. La oferta es inclusive intimidatoria para la población, que vive verdaderos momentos de angustia por el asedio constante a la que está sometida.
El pacto significaría reconocer que existe un gobierno alterno, que cobra impuestos a su modo. Verbigracia, de piso, que es el más conocido. Pero también, que las hordas de criminales continúen abiertamente inmersas en la comisión de ilícitos como el rapto, la violación, el despojo, los asesinatos a diestro y siniestro, el robo de automóviles, la piratería y todos los que quiera uno imaginar.
Lo que realmente se necesita y no hay de otra, es que el gobierno se decida a actuar como lo que es. Que obedezca el precepto de la Carta Magna e inicie una batida frontal contra la delincuencia. Hay conocedores del tema que afirman que si existiera voluntad política, el Ejército podría acabar o menguar significativamente la fuerza descomunal que se ha entregado al crimen. Lejos de eso, se sabe que la instrucción es exactamente en sentido contrario.
Inverso a la ley, el Presidente acogió el planteamiento etodo alegre. Como que alguien le dio al fin al clavo en alguna idea suya y le endulzó el oído para llevar su propia empresa mucho más adelante. Retomó las palabras del sacerdote y comentó que en un nuevo pacto social deben ser incluidos los narcotraficantes, porque son seres humanos (De por sí, intervienen hasta en las elecciones).
Esto significaría un diametral cambio de sentido del Derecho. De la ley: hacerla a un lado e imponer la voluntad del que manda, como si se tratara del mismo Estado, para que su palabra y sus actos se transformen en supletorios sin necesidad de reformas. Como eliminar de plano la Carta Fundamental, que ya de nada serviría, para utilizar la voluntad del mandatario en su lugar. No obstante, el recién nombrado subsecretario de Gobernación, César Yáñez, y el líder de los diputados de Morena, Ignacio Mier, rechazaron la descabellada propuesta, “Eso significaría reconocerlos de facto”. Sería una invitación a sumarse a la vida cotidiana, como distinguidos mandantes. Sus armas, su coraje, su quehacer les permitiría imponerse en los acuerdos posteriores.
Gobierno y crimen son en cualquier país del mundo, entidades antagónicas. El gobernante está obligado a demostrar que es el que impone la ley. Si está negado para esta empresa, entonces debe renunciar. Salvo que quiera esa fuerza para fines personales, como alcanzar la dictadura sin oposición.