Juventud mafiosa
Freddy Sánchez martes 30, May 2023Precios y desprecios
Freddy Sánchez
Los jóvenes al poder: “La esperanza de México”.
Algo así hubo muchos que concibieron hace varios sexenios cuando en la burocracia del poder se dio una derrama de “sangre nueva”.
En plena época de la tecnocracia comenzaron a figurar en altos cargos de gobierno distintos jóvenes que desplazaron de dichos empleos a hombres de edad considerados como “viejos lobos” de la política.
El abordaje de la juventud no tuvo límites en el aparato institucional y fue recibido con beneplácito.
Tal como sucedió en estos días con la nueva ley que permitirá que jóvenes accedan a cargo de diputados y senadores. Los legisladores aprobaron una reducción en la edad exigida para la ostentación de esos cargos de representación popular.
Y lógicamente, quienes aplauden la decisión legislativa aseguran que con esta acción política mejorará la calidad de la representación en los puestos en los que se nombrará a los voceros de la gente para asuntos legales.
Y todo aquello que se supone tienen que hacer los diputados y senadores entre otras cosas servir de gestores de soluciones oficiales a problemas diversos de las comunidades que representan, promoción de beneficios para sus electores y, por supuesto, ser el conducto de sus insatisfacciones y reclamos cuando sufren secuelas negativas por actos u omisiones del quehacer gubernamental.
Es innegable por ello que los legisladores tienen un papel altamente relevante en la sociedad, como ese “hilo” conductor de los “sentimientos de la nación” en su trato con instituciones públicas en general e incluso grupos de poder económico privado.
Al fin y al cabo en su calidad de representantes populares la ley lo destina a ser los obligados a velar por la justicia para sus representados, el cumplimiento de las leyes aprobadas por ellos o sus antecesores en las cámaras legislativas y, naturalmente, estudiar y conducir los cambios legales que se juzguen de interés público y contribuyan a mejorar la calidad de vida de la población en general.
Ideales forjados en torno a la figura de los que representan a la sociedad con sus distintos cargos de elección popular, aunque en la práctica es más que obvio que un sinnúmero de los catalogados como “defensores de la sociedad” por lo regular gozan de mala reputación.
Y es que se les acusa de no regresar a las comunidades que les dieron su voto, mostrarse “sordos” ante reiteradas demandas ciudadanas, ser “gestores” de intereses más bien privados o sectarios que de la sociedad civil, actuar como “tapaderas” de actos deshonestos que afectan a los demás, aliarse con “bajos fondos”, obedecer órdenes de sus “jefes partidistas”, mostrarse sumisos o altaneros cuando les conviene, andar “a la caza” de nuevas opciones de ocupación sirviendo a los que pueden ayudarlos en sus afanes mezquinos de poder y de plano recordando a la gente sólo en época electoral.
Males que algunos podrían pensar que serán menos si son jóvenes y no “los viejos de siempre” lo que se hagan cargo de futuras senadurías y diputaciones en el país. Y ojalá así pasara, pero diversos burócratas y legisladores de corta edad igual han dejado mal “sabor de boca”.
Así y todo, no cabe duda de que la política necesita una verdadera renovación de principios y convicciones lo que es de suponer que se conseguirá con gente joven y no “viciada hasta los huesos”, aunque un hecho dificulta creer ciegamente que con la juventud mejorará lo que se hace en estas actividades.
Baste decir que los criminales no han tenido mayor complicación para convertir a niños en “halcones” (vigilantes de las calles para alertarlos de visitas policiacas), además de tener a su servicio a muchos jóvenes sicarios.
Malo sería pues que en la política surgiera una plaga de juventud mafiosa.