Informe presidencial
Ramón Zurita Sahagún jueves 1, Sep 2011De frente y de perfil
Ramón Zurita Sahagún
Durante largas décadas la ceremonia anual del Informe Presidencial se celebraba como todo un ritual, que se le dio en llamar el “Día del Presidente”.
Largas horas de la televisión y la radio (desde la aparición de ambas) eran dedicadas al Presidente en turno, donde se destacaba su rutina de esa fecha, desde el desayuno, su paseo por las calles, su recorrido de Los Pinos a Palacio Nacional, donde se calzaba la banda presidencial y de ahí a la Cámara de Diputados o el recinto elegido para la ceremonia.
Horas enteras de gran verborrea, donde el Ejecutivo narraba cada una de sus acciones, acertadas unas y fallidas otras, desarrolladas a lo largo de los doce meses anteriores.
En algunas de esas ocasiones se dieron anuncios espectaculares, como fueron la existencia de grandes yacimientos de petróleo y la estatización de la banca, entre otros asuntos.
Un Presidente, el mismo que anunció la estatización, usó la tribuna legislativa para llorar y pedir perdón por sus desaciertos, pero nadie más de los otros que también los cometieron y múltiples.
Pero al margen de ello, la ceremonia de los informes se celebraba para disfrute de los mandatarios en turno, los que los gozaban hasta el éxtasis cada minuto de esas 24 horas.
En algunos casos había besamanos, ceremonia que consistía en que funcionarios de todos los niveles tenían acceso al Ejecutivo, en largas filas formadas en Palacio Nacional y en las que se podían formar también ciudadanos comunes.
Claro que esos eran los tiempos románticos que los priístas extrañan, donde el dominio de su partido era tan fuerte que no se contrariaba la voluntad presidencial.
Desde los ochenta, pero más fuerte en los noventa, el Poder Legislativo entró en una etapa de reacomodamiento, donde los diputados y senadores empezaron a increpar al Presidente de la República cada vez más fuerte.
El recinto camaral se convirtió en un herradero, una y otra vez, los Presidentes de la República sufrían su día, ya que eran interrumpidos en su alocución con grandes escándalos y cuestionamientos que por reglamento no podían responder.
La transformación del “Día del Presidente” fue mayúscula, hasta que uno de los Presidentes (Vicente Fox) fue impedido de entregar el respectivo documento que consignaba datos y números del año anterior.
El arribo de Felipe Calderón a Los Pinos y lo cuestionado de su elección provocó mucho más encono entre los diputados y senadores ajenos a su partido, por lo que se optó porque el Ejecutivo entregara solamente el documento y no diera discurso alguno desde la tribuna legislativa.
De esa manera, Felipe Calderón diseñó otro método de rendición de cuentas, el de convocar a todos los actores políticos y a los representantes de los otros dos poderes de la Unión a un evento en Palacio Nacional, primero y al Museo de Antropología, después, cuando fue necesario un sitio con mayor capacidad para los asistentes, donde disfruta de su día.
Sin embargo, en esta ocasión son muchos los detractores del Presidente de la República que brincan para protestar de esta ceremonia, por los desaciertos en varias de sus gestiones en los meses recientes.
Los fracasos en la lucha contra la delincuencia y en frenar la violencia, el papel que juega en la sucesión, el manejo de la economía, la falta de empleo y algunos puntos más en lo que el Ejecutivo federal se mantiene en deuda, motivan nuevamente a que sus detractores exijan, más que una rendición de cuentas un mea culpa ante el grave deterioro de la vida en el país.
En este lapso que comprende la modernización del país con los períodos sexenales, hay de todo, desde la elocuencia de un Luis Echeverría que podía tardar seis u ocho horas hablando, sin ir al baño, pasando por el mea culpa de Gustavo Díaz Ordaz en relación a la masacre del dos de octubre, el lloriqueo de José López Portillo, las tribulaciones de Vicente Fox cuando fue impedido de entrar al recinto camaral, las ovaciones que recibía en su paseo en vehículo convertible Adolfo López Mateos, las pancartas y mantas dentro del recinto contra Carlos Salinas de Gortari, los reclamos a Ernesto Zedillo y el rechazo total a Felipe Calderón.
CHUAYFFET PRESIDENTE
Emilio Chuayffet siempre soñó con ser presidente, por eso fue un estudiante modelo, siempre con los mejores promedios, lo que lo hizo merecedor de la medalla Gabino Barreda que otorga la UNAM a sus mejores alumnos.
Su ilusión era ser el alcalde más joven de Toluca y aunque no lo consiguió, se ubicó como el segundo de menor edad en presidir ese ayuntamiento.
Resultó ser el primer director del IFE, cuando se constituyó ese organismo que luego fue ejemplo a nivel mundial en cuanto a la realización de procesos electorales.
También consiguió ser gobernador del Estado de México a muy buena edad (41 años) y secretario de Gobernación a los 43 años y desde ahí se encumbró como aspirante presidencial, sueños truncados debido a la matanza de Acteal, ocurrida en el estado de Chiapas y que le costó el cargo.
Se alejó de la política por unos años y regresó como diputado federal y coordinador de los legisladores de su partido en la LIX legislatura cuando fue destituida del mismo Elba Esther Gordillo.
Nuevamente diputado federal y considerado como un personaje cercano al afecto de Enrique Peña Nieto, Chuayffet Chemor alcanzará su sueño de ser presidente, aunque solamente de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, posición de la que desplaza a otra mujer, Beatriz Paredes Rangel, considerada como favorita para presidir por enésima ocasión la Cámara de Diputados.
José González Morfín fue electo presidente del Senado de la República.