El Informe ya no es como antes
Ramón Zurita Sahagún jueves 1, Sep 2016De frente y de perfil
Ramón Zurita Sahagún
Los tiempos cambian y los protocolos y signos del pasado quedaron en el ayer, donde ya casi nadie los recuerda.
El primero de septiembre era llamado el “Día del Presidente”, donde propios y extraños (más los primeros que los segundos) le rendían tributo, sin importar las condiciones en que se encontraba el país.
Se trataba de una fecha especial para priístas, empresarios, jerarcas de las iglesias, legisladores, gobernantes e intelectuales, entre otros, ya que cada uno de ellos pasaba a dar la salutación al presidente en turno, después de asistir a escucharlo durante largas horas.
En algún tiempo el mandatario en turno se transportaba en un auto descapotable para ser visto por su pueblo y recibir de ellos aplausos, porras y todo lo necesario para hacer su trayecto confortable. Claro que de eso se encargaban los especialistas con que contaba su partido.
Así pasaron largas décadas, mientras el país se debatía entre devaluaciones, saqueos, abusos y denuncias de fraude electoral.
Fueron tiempos de lo que dieron en llamar “Presidencia Imperial”, donde la ciudadanía se resignaba a lo que sucediera.
El primero de septiembre era, regularmente, un día de asueto, aunque para algunos resultaba tedioso, ya que tenían que escuchar la perorata de los informes, pasar lista de presentes, mientras que estudiantes eran requeridos para hacer trabajo escolar con las frases que usaban los presidentes en su largo discurso.
Pocas veces el informe del presidente en turno traía sorpresas y mucho menos se anunciaban cambios en su gabinete.
Tal vez la gran sorpresa se produjo cuando José López Portillo dio a conocer en el texto de su VI Informe de Gobierno la nacionalización (estatización dijeron otros) de la banca.
Fuera de ellos, la alegoría se presentaba en el sitio en que se encontrara el recinto legislativo, aunque iniciaba desde el protocolo del desayuno del presidente, el recorrido hacia Palacio Nacional, donde se calzaba la banda presidencial y después al recinto parlamentario.
El regreso ya era menos ostentoso y en Palacio Nacional se formaban largas filas de personas (hombres y mujeres) que acudían para felicitarlo por tan valeroso acto.
Dentro del recinto eran pocos los opositores a sus palabras o, incluso, que se atrevieran a levantar la voz o increpar al orador en turno.
La excepción vino con Edmundo Gurza un diputado federal panista quien interpeló, sin éxito, al presidente López Portillo y pronto fue acallado por la masiva voz de casi 300 legisladores.
Después de ellos pasaron un par de lustros para que se produjera otro incidente durante un informe de gobierno, el que correspondió a Miguel de la Madrid, también en su VI Informe de gobierno.
El país venía de una elección presidencial sumamente dudosa, con acusaciones de fraude por parte de tres candidatos opositores (Cuauhtémoc Cárdenas, Manuel de Jesús Clouthier y Rosario Ibarra), donde por vez primera cuatro candidatos a senadores de partidos de oposición habían ganado.
Roberto Robles y Cristóbal Árias Solís (Michoacán) y Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez Hernández (Distrito Federal), eran los triunfadores de esa contienda inédita para esos tiempos.
Fue precisamente Porfirio quien pretendió levantarse de su asiento y fue frenado por el entonces gobernador de Aguascalientes, Miguel Ángel Barberena, quien lo sacó de su asiento en forma violenta.
San Lázaro explotó y algunos legisladores cruzaron golpes, mientras que Miguel Montes, presidente de la Cámara de Diputados, llamaba al orden, sin ser atendido en su reclamo.
Y es que antes de esa trifulca, diversos legisladores pretendieron interpelar a Miguel de la Madrid, logrando controlarlos el diputado Montes por medio de su sonora voz y la campanilla de orden.
No pasó a mayores, después del conato de violencia y fue en el siguiente sexenio cuando las cosas se pusieron más tensas.
Correspondió a Carlos Salinas de Gortari ser el presidente con mayores reclamos en el Congreso, los que subieron de tono y estrenaron un método nuevo, el de las cartulinas de rechazo y reclamos, las que por principio no eran tomadas por las cámaras de televisión, aunque al final se consiguió que se mostraran por esa vía.
Salinas de Gortari recibió el rechazo, principalmente de la izquierda, la que se ponía de espaldas al orador, como una muestra de desprecio, por lo que en su último informe, al ser objeto de gritos y silbidos, inmortalizó su frase: “ni los veo, ni los oigo”.
Con Ernesto Zedillo las cosas marcharon más o menos bien, aunque respondieron por vez primera a su informe representantes de la oposición, como fueron los casos de Porfirio Muñoz Ledo y Carlos Medina Plascencia en una Cámara de Diputados en la que dejó de ser mayoría el PRI.
El acabose vino con Vicente Fox Quesada, cuando el presidente fue impedido de entrar al recinto legislativo y los documentos del informe fueron recibidos fuera del mismo.
Fue entonces cuando se acordó que la presencia del mandatario en turno no era necesaria, ya que podía enviar el documento por medio de terceras personas, lo que sucede hoy en día.
De esa manera se terminó con el “Día del Presidente”, aunque el período ordinario de sesiones se inicia con la recepción del documento que da cuenta del estado de la nación y lo realizado en el año anterior, cada uno de los partidos representados en el Congreso de la Unión hace un posicionamiento y se evitan situaciones tirantes de violencia física o verbal, como antaño.
Las cosas cambian, tanto que el Presidente de la República que se recluía durante dos semanas antes del informe para darle los puntos finos a su mensaje, recibió ayer a uno de los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos de América.