Mirar al desierto
José Antonio López Sosa miércoles 12, Oct 2016Detrás del Poder
José Antonio López Sosa
Amman, Jordania.- De pronto el sol se pone al atardecer, es el momento en que llegamos a Wadi Rum, una reserva desértica en Jordania y que forma parte del gran desierto que se extiende hasta el sur de la península arábiga.
Hacia el horizonte, montañas pedregosas, formas caprichosas que la naturaleza esculpió cuando todo nuestro alrededor fue fondo marino. Fuente de inmensa arena con plantas endémicas que soportan los más extremosos climas se dejan ver por todos los rincones de la gran planicie que rodea la cadena montañosa.
Pareciera no haber vida, no haber nada; sin embargo, el desierto guarda secretos que van más allá de su flora y fauna, quizás son los que uno descubre al verse a sí mismo, en medio del todo y la nada que parecieran coexistir en cientos de kilómetros cuadrados.
El sol se marcha y deja una estela de colores entre el cielo y las montañas, la arena se torna rojiza y de pronto todo se ilumina en sentido inverso por unos minutos, como si las rocas y arenas cobraran luz propia en ese destello luminoso que deja el sol cuando se marcha del horizonte.
Llegó el momento de marcharnos del rincón que elegimos para ver el atardecer, a unos 15 kilómetros de ahí un campamento al pie de una montaña nos espera. Casas de campaña al estilo beduino tejidas con lana de borrego y piel de cabra, una fogata, té, café con cardamomo y un par de músicos beduinos nos comparten un poco de la vida cotidiana en el desierto.
¿Cómo se puede vivir aquí?, uno se pregunta bajo el rayo del sol, como si la vida estuviera limitada al entorno urbano, caótico y occidental que nosotros conocemos, como si la vida misma estuviese sujeta a un edificio inteligente o a una calle llena de baches.
Llegar al campamento, pasar la noche en el desierto nos permite ampliar la visión del mundo, de lo limitado que resulta nuestra concepción de la cotidianeidad a una fase de entendimiento de la naturaleza y el entorno que nos rodea, de alejarnos por un momento del celular y el wifi como si en ello nos fuese la existencia.
No habíamos visto tantas estrellas en un solo cielo, una postal para quedarse impávido la noche entera sin hablar, sin pensar, sin buscarle más explicaciones a nada, sólo mirando y no quitando la vista del cielo, dejándose llenar de esa luz que nuestro cerebro no logra dimensionar de dónde viene y hacia dónde va.
Dormir en el desierto cambia la vida de cualquiera, si a ello le agregamos la condición histórica de este lugar, el círculo se cierra de una forma sorprendente.
Y, ¿los terroristas? —se preguntarán los insistentes crédulos de FOX News— de ellos ni nos acordamos, nadie los conoce aquí y no se acercan ni de lejos.
Mirar al desierto no es cosa fácil, sobre todo cuando uno se enamora de su magia y de su encanto, sobre todo cuando uno se encuentra a sí mismo frente a la infinita quietud de su naturaleza.
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