La melancolía del “día después”
¬ Edgar Gómez Flores jueves 21, Sep 2017Edgar Gómez
Ahí vas otra vez tierra… a moverte. A sacudir los cimientos de esta ciudad, los físicos y los sentimentales. Nuevamente nos haces tuyo, nos manipulas y nos dominas. Haces que los recuerdos de 1985 nos hagan regresar a la edad que teníamos hace treinta y dos años. Y nos sentimientos más miedosos y más impotentes. Quizás es porque ahora somos padres o abuelos o es porque sabemos que esta tierra nos reclama lo mismo que hace tres décadas y no hacemos algo por cambiarle su realidad.
Llegaste con un preámbulo de otro terremoto en tierras hermanas, Oaxaca y Chiapas y como colofón después de una sinfonía de vientos, ráfagas y diluvios ocasionado por los huracanes que azotaron tu cinturón de mar, en ambos océanos.
Y nosotros aquí, con la melancolía del “día después” viendo que todos somos hermanos, que los ancianos se vuelven nuestros padres y los niños nuestros hijos. Estoy seguro, esta ciudad, se despertó llorando la muerte de los veinticinco niños desaparecidos en el Colegio Rébsamen, al sur de la Ciudad de México. Y lloramos por nuestros lugares emblemáticos para caminar: la colonia Condesa, Roma, Cuauhtémoc, Juárez, Del Valle, Lindavista, entre otras. Y así se disipa la tristeza y se petrifica en miedo y en recuerdos, en lo que fue, en lo que pudo ser o en lo que será. El fantasma de la réplica, de encontrarnos lejos de nuestros seres queridos. De volver a sentirnos endebles ante la tierra que, como gelatina se mueve en nuestros pies y en nuestras cabezas (cuando estamos dentro de una edificación).
Pero los días pasarán y ahí se escuchará, con eco, el ulular de las ambulancias, será como el grito de “ay mis hijos” buscando entre las varillas y el cemento. Y los vivos aquí estaremos para platicar nuevamente, de boca en boca, ese momento que se desplazó treinta y dos años y seis horas más. Un 19 de septiembre. Esta fecha que debería desaparecer, como desaparecen los pisos trece de los edificios o como desaparecen los enemigos políticos de la historia de las naciones.
De manera simultánea, entre los escombros, la sociedad civil y los rescatistas calculan centímetro a centímetro donde rascar, donde cortar, con la esperanza de encontrar una vida que espera seguir su camino con el apoyo de los trabajadores inagotables y por otro lado los políticos mexicanos, también inigualables que realizan los cálculos políticos para tomar la mejor ventaja posible. Con cifras estadísticas fuera de sentido: 3 mil despensas, 24 mil horas hombres, 5 mil litros de agua y tantos más datos que nos alejan del sentimiento de amor, dolor y solidaridad.
¡Ay! Este pueblo con tanta vida y pudriéndose por unos cuantos vividores que, a lo que más aspiran, es a un “hueso” de un sexenio más que le asegure a su persona y a las siguientes tres generaciones una vida llena de excesos. Y también medios de comunicación cansados de buscar sinónimos para no parecer lo que son, repetidores de la desgracia: Sismo, temblor, terremoto, movimiento telúrico o lo más patético: binomio humano al entrenador de perros del grupo “topo” que tras los escombros busca encontrar una vida más.
Así es, una sociedad solidaria de manera vanguardista, con las redes sociales, con sus manos y con su amor y con unos medios de comunicación y una clase política trabajando, como si el 1985 hubiera sido ayer.
México, un soldado en cada hijo te dio, pero también recuerda, te entregó enfermeros, doctores, cocineras, manos y pies listos para cargar, para caminar y pedalear. Así, jóvenes, adultos y ancianos; mujeres y hombres, volveremos a creer en ti, en nosotros. Por este momento, un minuto de silencio dedicado para tu dolor… nuestro dolor.