Señor López, hechos son amores
Francisco Reynoso jueves 24, Nov 2022Triple Erre
Francisco Reynoso
La reacción de López Obrador muestra, con claridad meridiana, que tiene la sangre y el alma envenenados por el odio.
A la propuesta de Ricardo Monreal de buscar una reconciliación nacional, López responde que ni madres.
“¡No, no, no, yo no voy a abrazar a los corruptos que tanto daño le hicieron a México!”, afirma categórico.
En el México de la Cuarta Transformación —deja en claro el presidente de todos los mexicanos— no caben los que piensan diferente a él y a sus compinches.
El diagnóstico del país que hizo Monreal fue devastador para el orgullo de López Obrador. Porque ¿quién puede negar que México está partido en dos? ¿Quién puede negar que López Obrador es quien ha provocado la polarización?
La marcha a la que convocó López el domingo próximo es la mejor prueba de que ha dividido a los mexicanos en dos partes: Los que están con él y le ofrecen lealtad a ciegas, lealtad perruna; y los que no piensan igual a él y que no son enemigos de López aunque él sí los considere como tal.
López Obrador dice querer mucho a México y al pueblo de México. Sin embargo es incapaz del menor sacrificio por ellos. Prefiere morirse que aceptar que se equivocó o aceptar la innegable realidad de que México, para superar los gravísimos problemas que enfrenta, necesita estar unido.
La división y polarización favorece, más que a ninguna otra parte, a la delincuencia organizada, a los capos de los cárteles de las drogas.
Y también favorece a Morena y la runfla de mañosos que juran ser fieles y amorosos seguidores de López Obrador.
México ha tenido caciques y tiranos en el gobierno, pero muy pocos han antepuesto sus intereses a los del país. Como López Obrador, el chacal Victoriano Huerta no aceptaba perdonar a quienes consideraba sus enemigos. El presidente Francisco I. Madero y su hermano Gustavo le estorbaban, no podía perdonarlos y no los perdonó. En la primera oportunidad que le brindó su plan de traición a México los asesinó.
López Obrador, que se presume amante de la historia de México, debería revisar los discursos que pronunciaron el general Porfirio Díaz y el emperador Agustín de Iturbide en momentos determinantes para México.
Ambos antepusieron del bien de México y su pueblo a las conveniencias personales.
Iturbide y Vicente Guerrero luchaban en bandos distintos. Y el independentista aceptó el abrazo que propuso aquel para poder consumar la independencia y terminar con el derramamiento de sangre.
Agustín de Iturbide pronunció cuando se convirtió en emperador de México, algo así como de la Primera Transformación: “Quiero, mexicanos, que si no hago la felicidad del Septentrión, si olvido algún día mis deberes, cese mi Imperio; observad mi conducta, seguros de que, si no soy para ella digno de vosotros, hasta la existencia me será odiosa. ¡Gran Dios! no suceda que yo olvide jamás; que el Príncipe es para el Pueblo y no el Pueblo para el Príncipe”.
“Vale la pena repetir este último renglón: el Príncipe es para el Pueblo y no el Pueblo para el Príncipe”.
El discurso de Porfirio Díaz, poco antes de dimitir a la presidencia y aceptar el destierro, muestra un gran cariño a México y a los mexicanos.
Pronunció: “El Pueblo mexicano, ese pueblo que tan generosamente me ha colmado de honores, que me proclamó su caudillo durante la guerra de Intervención, que me secundó patrióticamente en todas las obras emprendidas para impulsar la industria y el comercio de la República, ese pueblo, señores diputados, se ha insurreccionado en bandas milenarias armadas, manifestando que mi presencia en el ejercicio del Supremo Poder Ejecutivo es causa de su insurrección.
No conozco hecho alguno imputable a mí que motivara ese fenómeno social; pero permitiendo, sin conceder, que pueda ser culpable inconsciente, esa posibilidad hace de mi persona la menos a propósito para raciocinar (sic) y decir sobre mi propia culpabilidad.
“En tal concepto, respetando, como siempre he respetado la voluntad del pueblo, y de conformidad con el artículo 82 de la Constitución Federal vengo ante la Suprema Representación de la Nación a dimitir sin reserva el encargo de Presidente Constitucional de la República con que me honró el pueblo nacional; y lo hago con tanta más razón, cuanto que para retenerlo sería necesario seguir derramando sangre mexicana, abatiendo el crédito de la nación, derrochando sus riquezas, segando sus fuentes y exponiendo su política a conflictos internacionales.
“Espero, señores diputados, que calmadas las pasiones que acompañan a toda revolución, un estudio más concienzudo y comprobado haga surgir en la conciencia nacional, un juicio correcto que me permita morir, llevando en el fondo de mi alma una justa correspondencia de la estimación que en toda mi vida he consagrado y consagraré a mis compatriotas. Con todo respeto.
México, mayo 25 de 1911. Porfirio Díaz”.
La verdad es la verdad
y no admite otros datos