Margarita, esperanza de Peña
¬ Armando Sepúlveda Ibarra miércoles 21, Mar 2018Deslindes
Armando Sepúlveda Ibarra*
La aparente jugada maestra de los señores en el poder de incluir a la esposa de Felipillo Calderón en la boleta electoral como candidata independiente (¿¡!?), aún con la mañosa o pícara aportación para su registro de 708 mil credenciales de elector anuladas por inconsistentes o falsas, para insistir en desfondar las ambiciones del neo cacique y enterrador de la democracia y otros de los mejores valores del PAN, el cuasi indiciado por sospechas de lavado de dinero Ricardo Anaya, contagiará de ilusiones al nuevo PRI y al señor Peña con alguna esperanza de potenciar a su alfil ciudadano, pero en los azares del destino impecable servirá de regalo del cielo, involuntario y odioso a sus deseos, a la carrera todavía ascendente y victoriosa del moreno Andrés López Obrador hacia Palacio Nacional, si este tigre guarda y doma como condición su lengua fácil de espontanearse, por momentos insensata y belicosa, para otros tiempos; restará votos conservadores al oficialista aspirante de raíces panista-priísta, el sotanero José Antonio Meade hasta volverlo más pequeño y, como auguran todas las encuestas, despejará un espacio a la transición política y al cambio de verdad con que sueñan los mexicanos, un escenario sin tanta corrupción ni impunidad entre los políticos ni violencia ni alarmante rezago social.
Al final del penoso cuento por entregas, este viernes bajó el telón de los personajes secundarios para la elección presidencial del uno de julio próximo y, como corolario, cerró sus puertas el más reciente episodio de simulación de la democracia orquestado por el sumiso Instituto Nacional Electoral, un órgano autónomo servicial a los dictados del gobierno, sobre las candidaturas independientes, con un resultado preocupante: todos echaron mano de las trampas y el trabajo sucio para engañar al árbitro electoral con distorsiones de centenares de miles de credenciales de elector, fingieron sin recato ni vergüenza ser ajenos a los partidos cuando a su amparo crecieron y vivieron décadas en las nóminas del PAN una Margarita Zavala, del PRI un Jaime El Bronco Rodríguez y del PRD un Armando El Jaguar Ríos Piter y, como la opinión pública sabe, habían desertado de sus filas el día en que, avasallados por otros cerebros más perversos, coartaron sus intereses personales y, ante la adversidad de salir de los presupuestos, decidieron independizarse de sus antiguas hermandades, hambrientos de protagonizar sus vanidades y volver a refocilarse con los dineros públicos.
Aquí volvió a fallar el Instituto Nacional Electoral a la democracia y la legalidad: Ajeno a la imparcialidad y siempre al pendiente de las consignas de la mayoría priísta entre sus consejeros, para escucharlas y obedecerlas al pie de la letra salvo algunos pataleos intrascendentes de una minoría que topan con los oficiosos tricolores del Tribunal Electoral para anularlos y ponerlos en ridículo, el INE fue inclemente, con justicia ejemplar, contra los desaseos de El Bronco Rodríguez y Ríos Piter y los exhibió en sus truculencias antes de negarles el registro a sus candidaturas y, sin embargo, en su habitual docilidad con el poder y sus aliados, recibió con tapete rojo y premios, flautas y timbales, a las graves violaciones a la ley de la esposa de Felipillo Calderón, como haber ido a ofrecer la escandalosa cantidad de 708 mil 606 credenciales falsas, en su recuento que concluyó con la insólita decisión de inscribirla en la boleta presidencial, aun cuando su traspiés ameritaba descalificarla por tramposa e incluso, para muchos expertos, consignar su caso ante la autoridad competente.
Vale decir que, en los recovecos de los empoderados y sus leales de otras corrientes partidistas afines al neoliberalismo rapaz, había la ansiedad por subir a la señora Zavala, junto con su rebozo, a la contienda electoral a como diera lugar, hechizados por las profecías de sus oráculos, a lo mejor asesorados por El Brujo Mayor Antonio Vázquez, de que la esposa de Felipillo Calderón, el autor de la irracional y multihomicida guerra contra el narcotráfico, que desangra al país con más de 200 mil asesinatos y más de 35 mil desaparecidos desde diciembre de 2006, podía restarle votos a Ricardo Anaya y vengar su traición y abonárselos una parte a la ex primera dama y otra a la decadente candidatura de Meade, contra quien, para ser precisos y arruinar el día a la mapachada priísta, aumenta el rechazo a 42 por ciento de los mexicanos, según sondeos frescos de Indemerc.
Aquella candidata independiente cercana, igual que su marido, a los intereses de los jerarcas del nuevo PRI con quienes han pactado impunidad para los suyos al estilo del priísta soterrado Vicente Fox, creará ciertos consensos entre los calderonistas rebeldes y los demás enredados en las mañas de los personeros del gobierno de Peña, atraerá un porcentaje del voto tradicional del panismo a su boleta y quizá envíe al cacareado penta secretario de Estado al cuarto lugar en las preferencias electorales con todo y los esfuerzos del oficialismo y sus montañas de dinero de los mexicanos por sacar, contra las advertencias del tigre, las manadas de mapaches que rondan los sótanos de la política gubernamental, para intentar la hazaña de lograr un nuevo fraude electoral en plena era de las comunicaciones y contra el sentir de la inmensa mayoría de los mexicanos enfurecidos contra los empoderados.
Todo pasa a este ritmo, entre las tensiones de los alicaídos suspirantes y el soberbio optimismo de los punteros, a cien días de las elecciones, con el pasmo de los discursos anodinos, para sorpresa de los ciudadanos, en un escenario de pre campañas insulso, dominado por el tono de la mediocridad de los contendientes en sus propuestas y ocurrencias, sus evasivas y promesas de ser grandes con varitas mágicas, mientras la gente espera salidas a la crisis generalizada que desde tiempo inmemorial sobrevive el país entre la simulación, la promesa, el engaño y el abuso del poder y de las palabras en los momentos de solicitarle que convalide un fallido sistema democrático sin demócratas, porque para ser exactos ninguno de los tres candidatos alcanzó la nominación por el voto directo de sus militancias sino por las imposiciones caciquiles en el PRI y Morena o la toma del poder por asalto en el PAN, apuntalados por los caciquillos de sus partidos satélites.
La inocencia de creer que con el simple ejemplo de honradez de quien encabece a partir de diciembre próximo un régimen podrido en sus entrañas y cimientos, con legiones de pillos célebres desde los tiempos de Miguel Alemán y otros saqueadores de la nación, como lo presume López Obrador, acabará como por arte de magia con la corrupción en las esferas del gobierno, da una idea de alguien que ignora la condición humana o piensa que algo poderoso desde arriba iluminará sus pasos, cuando moralizar un ente gigantesco requeriría de mucho tiempo y educación.
Ansioso por irse a vivir a Palacio Nacional, el candidato de Morena manda de forma inconcebible salvoconductos a los zares de la corrupción institucional en el poder con la oferta de una amnistía general a los ladrones, acaso para congratularse, tranquilizar sus miedos o pactar su salida con el botín y la impunidad a salvo, todo lo cual genera repudio a la propuesta del ídolo de Nacajuca. Recuerdan por ahí que a su barco o moderna arca de Noé han subido ya, a sus instancias y con su bendición, para alcanzar fuero y seguir impunes o lavarles su rostro sucio, un contingente de pillines redomados, útiles sólo a sus propósitos de ganar la Presidencia a costa de todo…
En su sueño por llegar a Los Pinos Ricardo Anaya, a su vez, ha recorrido los laberintos y resquicios de suciedad de toda índole de la política mexicana, y ha desplegado perversidades y traiciones, maromas y trinquetes para abrirse brechas en su jungla: Quién olvida que, entre el carnaval al inicio del sexenio, fue una especie de cortesano o servidumbre del gobierno de Peña en la época de las reformas estructurales y el Pacto por México, se deshizo como lombriz rociada de zumo de limón en halagos al propio mandatario y al señor Meade secretario de Hacienda y vivió, como su padrino político Gustavo Madero, embobado con la figura del hijo predilecto de Atlacomulco, con el despliegue de las lisonjas hasta que salieron a la luz la Casa Blanca de Las Lomas y la barbarie de Ayotzinapa. Suena a falsedad la pose reciente de Anaya cuando amenaza con encarcelar por corrupto al señor Peña sólo para eludir su persecución por presunto lavado de 54 millones de pesos en su bodega, cuyo capital nadie sabe de dónde salió, si estuvo un tiempo maravillado con los dones del mexiquense y su clan para embaucarlos con otras monedas de cambio.
Y en el caso del señor Meade, la realidad niega sus fortalezas: quiere ser candidato ciudadano después de servir a los gobiernos de Calderón y Peña, tildados de corruptos, presume en su campaña de ser el más preparado mientras sufre para conjugar el verbo resolver (resolvido, dijo y su propia gente le puso literalmente orejas de burro, en ridículo, como en la escuela).
Pasó por cinco secretarías sin enterarse que, como en todas las del gabinete, hubo por ahí corruptelas, desvíos y mangas anchas para gobernadores ahora presos o prófugos de la justicia por acusaciones de las alternancias. Y ofrece un país también de encanto o evitar un salto al vacío cuando sus correligionarios han sumido a los mexicanos en la peor crisis económica, política y social de la historia.
Con todo, México va por un viraje, por acogerse a lo nuevo, un cambio de rumbo, cree el oráculo de la realidad.
*Premio Nacional de Periodismo de 1996