Neoliberalismo y la tierra prometida
Alberto Vieyra G. jueves 11, Jul 2019De pe a pa
Alberto Vieyra G.
Con la llegada de Augusto Pinochet al gobierno chileno, Chile se convertiría en el laboratorio del neoliberalismo económico en América Latina. El dictador llevaría a cabo y al pie de la letra las reformas económicas ordenadas por los halcones de Washington, a través de los economistas y los llamados Chicago Boys.
Antes de aquel año, los férreos defensores del neoliberalismo económico sostenían la tesis de que apoyan una amplia liberalización de la economía, el libre comercio en general y una drástica reducción del gasto público y de la intervención del Estado en la economía en favor del sector privado, que pasaría a desempeñar las competencias tradicionalmente asumidas por el Estado.
Los llamados gobiernos tecnofondomonetaristas o neoliberales, como Carlos Salinas en México, Carlos Menem en Argentina, acatarraban con el cuento de que la era económica neoliberal acabaría con el desempleo, produciría salarios equiparables al primer mundo, y en suma, que los trabajadores de América irían a la tierra prometida. ¡Falso de toda falsedad!
Se desmantelaría el Estado, no sólo en América, sino en los cinco continentes, para que el imperio capitalista del mal tuviese manga ancha. Los gobiernos adoptarían el decálogo de Washington, que contenían las recetas neoliberales más criminales, como la venta de empresas paraestatales, la disciplina presupuestaria, reorientación del gasto público y el fin de los subsidios, reformas fiscales con impuestos moderados o mínimos para el sector empresarial, liberación financiera, tipo de cambio competitivo, apertura comercial de libre mercado y sin control de precios, liberación y protección a la inversión extranjera, eliminación de aranceles a las mercancías, sobre todo, con las naciones con las que hubiese tratados comerciales internacionales y derecho de propiedad garantizados.
A ese perro del mal que los falsos profetas de la economía neoliberal definieron como una doctrina intermedia entre el liberalismo económico y neoliberalismo clásico, el papa Francisco la calificaría como “la economía de la muerte”.
¿Por qué hago historia?
Mire usted. El presidente Andrés Manuel López Obrador maldice a dicha doctrina económica neoliberal y tras la renuncia de Carlos Manuel Urzúa Macías a la Secretaria de Hacienda, por “discrepancias en materia económica neoliberal” y porque “en esta administración se han tomado decisiones de política pública sin el suficiente sustento”, han salido cualquier cantidad de voces morenistas que hablan de que Urzúa no entendió que López Obrador busca implantar en México un nuevo modelo económico. ¡Imposible!, en un mundo globalizado en que la nación azteca ha celebrado casi 60 tratados comerciales con varias naciones.
¿Permitiría el imperio capitalista, por ejemplo, una nacionalización de la banca? No. ¿Toleraría Washington la expulsión de México de las trasnacionales, como Wal-Mart, Coca-Cola, empresas automotrices como la Ford. Sencillamente no. ¿Toleraría el capitalismo la violación de tratados comerciales que abren las puertas a libre mercado de productos? No. ¿Entonces, a qué nuevo modelo económico se refiere López Obrador, al que imperaba en el sexenio de Luis Echeverría con una economía proteccionista y con derroche económico populista, para favorecer a los pobres, en lugar de ofrecerles trabajos dignos?.. ¿Esa es la “cuarta trasformación” de la República?..
Aquí, me asalta otra pregunta: ¿Usted nota algún cambio en lo que va del hablantín régimen de López Obrador? Yo, no. Fuera de las pifias y mentiras, no se ve nada nuevo, y por desgracia, AMLO está acabando con lo viejo, es decir, las instituciones que daban solidez a la República. Y todo, porque él es enemigo público número uno de las instituciones, que son contrapeso del ponzoñoso presidencialismo. ¡Qué peligroso! Porque México pareciera enfilarse a una tiránica dictadura de un solo hombre.