Un relato de impostores
Humberto Matalí Hernández domingo 8, Ene 2012Al son de las fábulas
Humberto Matalí Hernández
— No lo sé. ¿Quién puede predecir lo que sucederá
cuando la vida misma se viste el manto de la
conciencia y monta una representación?
Arthur Machen: | Los tres impostores.
Innecesaria e injustamente ignorado, Arthur Machen es un creador importante de la literatura gótica y de terror, que mantiene la línea de Edgar Allan Poe, Bram Stoker, Robert Louis Stevenson y Arthur Conan Doyle, pero a la vez en la cadena de escritores es un iniciador que tiene entre sus seguidores a H.P. Lovecraft, Jorge Luis Borges, a T.E.D. Klein, Peter Straub y desde luego al actual Stephen King.
Arthur Machen (1863-1947) nació en Gales, dedicado al periodismo y a la creación literaria en las dos actividades es prolífero. Como escritor su obra aborda temas fantásticos ambientados en la Inglaterra victoriana, en especial en Londres y sus alrededores. Jorge Luis Borges admiró a Machen y lo considera uno de los autores imprescindibles en la biblioteca personal que reunió. Donde incluye la lúdica y compleja novela, por la cantidad y descripción de los personajes, Los tres impostores. En el prólogo de Borges, recuerda que al incierto inicio de la Edad Moderna, corrió en Europa el rumor de la existencia de un texto llamado De tribus Impostorubus centrales a Moisés, Jesucristo y Mahoma. Desde luego la Inquisición y los reyes europeos la persiguieron para destruir los textos. No encontraron ni un ejemplar. Por la simple razón de que no existió. El misterio y el poder estaban en el título y los nombres de los personajes.
Machen utiliza esa etiqueta para su novela, extraordinaria joya literaria, con un juego circular donde narra, en un perfecto rompecabezas literario, ocho diferentes aventuras a las que el autor galés llama novelas, con diferentes títulos. Capítulos donde cada uno es una narración diferente, pero que forman parte del texto circular, porque la novela concluye al cerrar la acción de los personajes presentados en el prólogo. El objeto que enlaza las aventuras es una mítica moneda llamada Tiberio de oro. Valiosa antigüedad perseguida por Inglaterra y que se supone aparece y desaparece en un indeterminado número de años, pero que deja a su paso sangre y violencia para sus ocasionales y extraños poseedores.
En una parte de Los tres impostores, Arthur Machen, en un diálogo entre dos personajes, expresa su declaración de principios como escritor. La cumplió al aplicarla a su obra de una manera satisfactoria y de enorme beneficio para el lector, además de la calidad narrativa, en donde siguió los pasos de uno de sus inspiradores, el autor de “El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde”, R.L. Stevenson:
Mí querido señor -decía Dyson-: diré a usted, en dos palabras, cuál es la función del hombre de letras. Lo que debe hacer es esto y nada más: inventar una historia maravillosa y contarla de una manera maravillosa.
Se lo concedo -respondió Mr. Phillips-, pero permítame usted señalar que, en manos de un verdadero artista de la palabra, todas las historias son maravillosas y cada incidente tiene su propio encanto. El fondo es de poca importancia, todo está en la manera. Más aún, la mayor habilidad consiste en elegir un asunto aparentemente vulgar y, gracias a la alta alquimia del estilo, transmutarlo en el oro puro del arte.
Es maravilloso, para utilizar su propio calificativo, la forma en que Machen aplicó esa labor de oro literario a su obra. No nada más en Los tres impostores, sino en sus otras novelas y narraciones cortas. Capaz de desarrollar un valor descriptivo pleno de delicadezas, vericuetos de terror y arte, con espléndidos detalles poéticos:
En medio de las hierbas frondosas había una fuente destruida, con el borde del tazón casi pulverizado y el agua, en que florecieran los nenúfares, cubierta de una especie de escoria verde; en se centro se alzaba todavía un tritón, las carnes de bronce enmohecidas y una caracola rota en la mano.
En ello se nota la influencia de Allan Poe, creador del género y que dictó las normas del cuento moderno. También en una descripción hórrida que es la conclusión del libro y que a pesar del peligro de ganar uno que otro insulto de los caminantes que cruzan este “Puente de Plata”, se reproduce por el valor emotivo y literario:
Había un hombre desnudo tendido en el suelo, con los brazos y piernas abiertos en cruz y suejetos a cuatro estacas clavadas en el suelo. El cuerpo desgarrado y mutilado del modo más atroz, llevaba las marcas de hierros al rojo vivo y era una ruina vergonzosa de la forma humana. En medio del cuerpo ardían en rescoldo unos carbones y la carne se había consumido de parte a aparte. El hombre estaba muerto, pero exhalaba aún el humo de su tormento, como vapor negro.
Agregar más sobre el texto sería robar el encanto de visitarlo. Pero es seguro que Arthur Machen es un lector digno de buscar. Porque además demuestra que el terror real, el ejecutado por los hombres modernos, los torturadores militares que actúan en Irak, los que se descubren en Argentina y Chile, en las prisiones clandestinas de México, desde hace unos años, no son ni siquiera originales. Son bestialmente torpes y sanguinarios. Pero por encima de todo hipócritas que se escudan en un servicio a la patria, cuando ellos no son ni siquiera parte de una nación. Son los enemigos. Los verdaderos y crueles impostores. Los que desde la oscuridad y la violencia atacan el arte, la belleza y la creación humana.