Sábado rojo
Augusto Corro lunes 11, Jul 2011Punto por punto
Augusto Corro
- La muerte de Facundo Cabral
- Diez decapitados en Torreón
- Veintiún asesinados en un bar
Me despertaron con la noticia de la muerte de Facundo Cabral, el famoso cantautor argentino, ocurrida en unas calles de Guatemala. Acto seguido, empecé a reflexionar sobre el extraño acontecimiento. ¿Qué loco o locos se atrevieron a matar a un poeta y trovador que no le hacía daño alguno a nadie? Gente de todas partes del mundo canta sus canciones con temas sobre la libertad, el amor a la vida y críticas a las dictaduras militares. Era Facundo un hombre de bien, no tenía pleitos con nadie. Sus únicas armas eran la poesía y su guitarra.
En las primeras investigaciones, según el presidente guatemalteco, Alejandro Colom, el poeta y trovador argentino, de 74 años, fue asesinado cuando se dirigía al aeropuerto, acompañado de su represente artístico y un comando de sicarios interceptó el vehículo en el que viajaba para rociarlo de balas. Facundo pereció en el lugar y su acompañante, el empresario nicaragüense Henry Fariñas, quedó mal herido y se encuentra hospitalizado.
El mandatario mencionado también informó que el atentado iba dirigido contra Fariñas. Los detalles de cómo se registró la tragedia son los mismos de siempre: un grupo de sicarios, con armas largas, que ejecutan a sus víctimas y huyen con rumbo desconocido. Habrá que esperar los resultados de las investigaciones para conocer el móvil, que desde luego, no tiene justificación.
El asesinato de Facundo provocó la protesta de intelectuales, artistas y defensores de los derechos humanos en diferentes países. La Premio Nobel de la Paz, Rigoberta Menchú, dijo que “es un crimen que causa horror. No dejo de pensar que fue asesinado por sus ideales, porque no hay ninguna razón por la que fuera asesinado en Guatemala”.
También el sábado aparecieron las noticias relacionadas con las masacres ocurridas en diferentes partes del país. En Torreón, Coahuila, fueron localizados diez cuerpos de personas decapitadas en la vía pública. Las cabezas estaban en diferentes lugares de la ciudad; tres eran de mujeres y las demás de hombres. Tenían entre 20 y 35 años de edad. Las autoridades dijeron que se trata de “una competencia mortal e irracional entre bandas de criminales que deben ser sometidas”.
Antes, en pleno centro de Monterrey, 21 personas fueron asesinadas en el bar Sabino Gordo. El vocero de seguridad en aquel lugar, Jorge Domene Zambrano, dijo que las primeras líneas de investigación revelan que se trató de una balacera entre bandas rivales de narcotraficantes: cártel del Sinaloa contra “Zetas”. Los delincuentes rafaguearon, con sus armas largas, a toda la clientela, indiscriminadamente.
El viernes por la tarde, en Valle de Chalco, cerca de los límites con el Distrito Federal, la policía encontró los cuerpos de 11 personas ejecutadas. Los victimados presentaban heridas provocadas por bala. Tenían el tiro de gracia. Una persona logró sobrevivir y fue internada en un hospital de Toluca.
El baño de sangre continúa sobre el territorio nacional, mientras las autoridades federales siguen montados en sus discursos obsoletos y en su estrategia fallida. Para muestra, tenemos a Michoacán, donde los esfuerzos de la fuerza pública han sido inútiles para erradicar la violencia y quien la provoca. Según se informó, el sábado, mil 800 elementos de la Policía Federal fueron enviados a aquella entidad a capturar a Servando Gómez Martínez La Tuta.
La Tuta se convirtió en un dolor de cabeza para el gobierno federal panista, que desde hace varios meses anunció que el mencionado delincuente y su organización La Familia Michoacana había sido derrotada y, consecuentemente, desaparecida. Pero la sorpresa ocurrió posteriormente, cuando las autoridades confirmaron que el cártel de La Familia Michoacana se había convertido en la organización Los Caballeros Templarios y que era encabezada por La Tuta.
La violencia en Michoacán ya se hizo añeja. Ni las autoridades locales, estatales o federales han podido frenar la ola de sangre y el vandalismo que se apoderó de pueblos y ciudades de aquel estado. Quizá la situación se tornó compleja, porque desde que funcionaba La Familia Michoacana como organización criminal, la selección de sus miembros se efectuaba bajo pruebas estrictas que incluían una mezcla de misticismo-delincuencia: asesinos con la bendición divina. Por lo menos eso se dijo de Nazario Moreno González, conocido como El Chayo, El Doctor o El más Loco, fundador del cártel.
A El más loco se le atribuye la redacción de un libro que recoge un ideario seudo-religioso “a medio camino entre un texto bíblico y un libro de autoayuda, lo que distingue a este peligroso cártel del resto de los que operan en México, ya que se trata del único que utiliza parafernalia religiosa dentro de su ideario”. Nazario fue muerto en un enfrentamiento con la fuerza pública, pero su cadáver no encontró por ningún lado.
En el pasado mes de junio, la policía federal capturó a José de Jesús Méndez El Chango brazo operativo de la organización criminal mencionada. Extraoficialmente se informó que más que una captura, se trató de una entrega de voluntaria del sujeto identificado como una de las cabezas más importantes del cártel michoacano.
Es posible que para salvar el pellejo, El Chango dio información para localizar a La Tuta que debe estar escondido en las montañas de Michoacán, a donde irá la fuerza pública a buscarlo, con todo el armamento que se dispone para el caso.
Así pues, el sábado se inició la aparatosa batida contra La Tuta, con todo alarde que significa la marcha del convoy de la fuerza pública constituido por policías, soldados, marinos, transportados en unidades policiales, helicópteros, aviones, etc., como para que la delincuencia michoacana estuviera avisada del operativo y se escondiera.
Ahora, sólo hay que esperar los resultados de esa incursión punitiva que, por lo aparatoso de las maniobras, no pueden ser lo que se espera de ellos. Ojalá y nos equivoquemos, porque la sociedad michoacana se encuentra harta de tanta violencia y lo único que desea es recobrar la paz.